“La tierra reseca mostraba grietas tan grandes como nuestras zarpas. Miráramos donde miráramos, todo alrededor era gris y apagado: una inmensa meseta calcinada por el sol abrasador. Si no fuera por el pelaje, tendríamos la piel al rojo vivo.
A fin de que el fino polvo ardiente no nos dañara, vendamos nuestras patas, nos enfundamos en las capas y continuamos. Si nuestros cálculos eran ciertos, más adelante encontraríamos vegetación, sombra y, lo más importante, plantas de raíces y tallos jugosos.
A lo lejos, perdidas en el horizonte, se alzaron altas copas verdes, tan lejanas y deformadas por el calor, que casi parecían residir en otro plano. Por mucho que avanzáramos mantenían su distancia; tanto se ancla allí la esperanza, que acabas pensando que no es real. Y aun así continuamos.
Midiendo los pasos, seguimos a ritmo de hocico seco y resuello marcado, hasta que al fin aparecieron los tallos espartanos de la esparraguera de monte, las carnosas lechetreznas y el gris mortecino del romero blanco, alzándose sobre nuestras cabezas, ofreciendo, al fin, la sombra reparadora frente a la masa verde y frondosa de un amplio lentisco y, más allá, la cornucopia arbolada de tres pinos piñoneros.”
Thyme. Historias de más allá de Willowroot.