En esto del rol, cada personaje tiene sus propias puntuaciones en los diferentes rasgos de los que hace uso. Esto nos indica qué puede y qué no puede hacer: ese punto de azar que nos mantiene en vilo y le da salsa a la vida.
De acuerdo con esto, cuanto mayor puntuación en un rasgo, mayor probabilidad de conseguir la tirada y, por tanto, mayor fiabilidad. Lo que nos lleva a personajes más capaces y aptos para unas situaciones que para otras.
Sinceramente, cuando voy a entrar en una secta de adoradores de algún oscuro dios primigenio quiero que la información la busque un verdadero ratón de biblioteca, que investigue a sus miembros un buen detective privado y que, cuando todo salga mal y haya que salir por patas, nos guarde las espaldas un gangster de gatillo fácil, mala baba y ojo en bala, dispuesto a caer con tal de llevarse a alguno por delante; mientras que para sellar los malditos túneles quiero un buen albañil que deje todo bien cerradito, con símbolo arcano incuido, bien “alicatao”.
Si nos vamos de mazmorras, queremos buenos guerreros para repartir, algún enano duro como una roca, un clérigo como reconstituyente y el mago en la retaguardia, dando tralla con la artillería pesada.
En el oeste quiero un buen tirador, winchester en mano, un explorador indio de esos que brotaron de la misma tierra, un trampero loco como guía, de los que se juegan costillas con osos cabreados, un Doc maravillas para cuando me descerrajen un tiro y un maldito tahur con toda su jeta para recuperar fondos cuando sea necesario.
Y hasta ahí la guerra de siempre, la táctica y los recetarios. Pero existe otra forma de tirar “p’alante”. ¿Qué pasa si no tengo lo que hace falta? ¿Qué, que no hay huevos? Pues me los fabrico.
Cuando los rasgos no son suficiente, toca recurrir al mundo que nos rodea y aprovechar todo cuanto nos dé. Los rasgos representan las capacidades en crudo, pero las condiciones desde las que los usemos los influirán hasta el punto de variarlos.
Así, no es igual disparar desde la cadera que después de apuntar un buen rato; no será igual infiltrarnos en una secta a pelo, que habiéndola investigado previamente. Ni es igual encararse con algún depredador a pecho descubierto que con una antorcha con buena luz y mucho griterío. El medio simplemente existe y puede ser nuestro enemigo o aliado; depende de cómo nos situemos en él. El sol a nuestra espalda siempre dará problemas al que nos mire directamente, el viento en contra borrará cualquier pista olfativa y si defendemos un pasillo, lanza en ristre o escopeta en mano, la probabilidad de fallo es prácticamente nula. Eso son los modificadores.
Si los rasgos nos miden a nosotros; los modificadores reflejan nuestra capacidad o inutilidad para aprovechar todo cuanto hay a nuestro alrededor. Aquel druida del que hablábamos el otro dia será poderoso por sí mismo, pero puede llegar a ser imbatible si actúa junto al entorno con el que ha llegado a fusionarse.
Todos los juegos tienen la consabida tabla de modificadores. Hablamos de combate porque dichas tablas muchas veces van para ahí, pero esto del rol ofrece tantos ámbitos como la vida misma.
Al final se trata de estrangular la neurona para que reaccione y transformar esos modificadores en bonificadores, ganando, cada vez, otro +1 para la saca; hasta que visualicemos aquello de: “No es más rico el que más tiene, sino el que, cuando haga falta, pueda sacar del aire”.
Y si esto es válido para un pj, ni te cuento para el grupo entero. Cuando son varios los personajes que aprovechan su entorno y saben ver la fortaleza de todo cuanto les rodea, las cotas son de récord. El Mouse Guard es un claro ejemplo de búsqueda de modificadores en equipo, hasta el punto de ver cómo unos pocos ratones se enfrentan a un ofidio monstruoso con poco más que un arma por hocico, valor y grandes dosis de ingenio; en un salvaje oeste el medio hostil se convierte en un potente aliado: o en Hom-maC donde a veces todo está perdido y sin embargo sigue en pie el caminante.
Así que no lo dudes, en tus partidas fomenta la búsqueda de opciones, la resolución ante una situación para la que en principio el personaje no estaba preparado y deja que los jugadores rasquen esos +1 para convertir lo que era una clara derrota en una oportunidad. Si además los rasgos le acompañan, ya solo queda que los dados le sean propicios, pero estos, como los dioses, son caprichosos. Y así debe ser, porque sin incertidumbre no hay aventura.
Muchos bonus y feliz partida.