Se cerró el portón de Lockhaven.
El viento alzaba las hojas secas, haciéndolas girar en el aire como grandes velas sin barco. El camino se extendía hasta perderse entre los colosos cuyas copas apenas si éramos capaces de imaginar.
Nos miramos unos a otros y supimos que ese primer paso iba a ser el más difícil de nuestras vidas. No había Guardianes ni mentores ni caravanas para ir en grupo. El viaje que teníamos por delante era largo y alejado de cualquier muro, hogar o ciudad.
En ese preciso instante, más que nunca, comprendimos lo que significaba ser presas en un mundo de depredadores.
Y aun así, comenzamos a caminar…
Fue entonces, con ese primer movimiento, a pata cruda hendiendo el suelo, cuando todo se volvió más sencillo.
Esa fue la primera vez que descubrimos el vértigo revigorizante de la libertad y lo que realmente significaba ser Guardianes.