Jordi contreraS

Evoco contextoS

Guerras

Se llevó las manos a la cara; sintió cálida la sangre. El viento golpeó su rostro y notó los surcos endureciéndose, tensando los pómulos.

Frente a él estaban los tipis y el resto de la tribu trabajando alrededor de la pieza cazada, no era mala montura pero sus dueños no la echarían ya de menos.

Llevó su mano derecha al cuello y cogió el saquito donde colgaba, fuerte, su medicina. Había llegado el momento, aquella noche asaltarían el fuerte. Por fin volvían a vivir libres, tal y como siempre habían hecho; habían retomado la vieja senda y solo la abandonarían muertos.

***
Acabó de pulir los botones, metódico. Se tomó su tiempo hasta que quitó todo resto de sombra, hasta que pudo ver en ellos el sol de un nuevo día.

Repasó el sombrero y se lo colocó con calma encajándolo a la perfección. Enfundó el revólver, revisó el rifle y escuchó el siseo del sable al envainarlo junto a la resistencia final antes de llevarlo a su posición final. 

Revisó su rostro en el espejo: bigote perfilado, mirada fría y segura. En el reflejo, a su espalda, a través de la ventana, veía sobre la tierra amarillenta al puñado de soldados que tenía a su cargo, invirtiendo los restos de esperanza en las cajas con los rifles recién adquiridos y, más allá, la empalizada: su única defensa ahora que alguien había sacudido el avispero. 

Por un momento llegó el recuerdo de las familias perdidas, los caidos y torturados; abrillantó un poco más los botones hasta que la sombra desapareció de nuevo; ya solo quedaba guardar la calma y pensar bien las órdenes que les permitirían sobrevivir.

***
Miró hacia el peñasco que se erigía en el horizonte… sin novedad de momento.

Le quedaba poco más de una jornada para abandonar la zona. Los caballos daban señales de cansancio y el carro no se podía aligerar más; así que pensó parar en el siguiente pozo y dejar descansar a los animales antes de continuar.

El sol golpeaba incansable, doblando el paisaje. Fijó la vista en la columna de tierra caprichosamente esculpida y estuvo pensando en el tiempo exacto que le quedaba para salir, cuando vio la primera señal de humo.

La cosa se ponía fea, así que tragó saliva, rebajó el ritmo de los animales y decidió continuar sin hacer ninguna parada; contando mentalmente, una y otra vez, las monedas y pieles conseguidas tras vender rifles de repetición al fuerte McAnderson y numerosas antiguallas a los indios.

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