—¿Ve estas manos? Son de trabajar y nunca pretendí tal cosa. Fui cazador y jamás vi las montañas, me pasé la vida bajo ellas buscando la presa en sus entrañas. Saqué suficientes pepitas para dejarme la mitad en picos y palas y dediqué el resto a un cambio de objetivo: así que perseguí al dragón durante otra vida entera, hasta que al final pude verlo de frente y me devoró.
¡Maldita sea! Ahora estoy aquí buscando respuestas en esta botella, mientras espero el asunto trivial que se me antoje importante y haga de guía hacia mi nuevo destino.
—Pues mire, caballero, le diré que dentro de 3 horas sale de ahí mismo una diligencia hacia el Yukon, donde puede seguir cargando ese revólver con el que vive. Si en cambio decide seguir por aquella senda: esa que no lleva a ninguna parte, puede que vea las montañas que nunca vio y respire en un mundo que antes le pedía el doble de aliento por un mísero pestañeo.
—Pues, ¿sabe qué?, ¡gracias, amigo!; son los consejos más sensatos que he recibido por aquí… ambos. ¿Puedo invitarle a algo?
—No, no se preocupe, guárdese la botella, los señores de aquella mesa ya me han invitado. Solo una cosa he de pedirle: su nombre, de forma que cuando pasen los años sepa el final de su historia y pueda contarla. Yo estaré por aquí, tarde lo que tarde, porque mi tiempo y mi medio son otros.
Se coloca la chistera, toca el ala en despedida, sonríe y camina hacia la puerta.