Un juego de rol, al menos en los inicios de espada y brujería, suele incluir la magia. En una actividad que bebe de la imaginación en estado puro, tampoco es tan raro.
Hay magia a la Old School con bolas de fuego, proyectiles mágicos, curación instantánea y demás recetas por niveles que a todo rolero añejo le suena de haber oído alguna vez.
Hay magia costosa, con ingredientes difíciles de encontrar y en la que se plantea continuamente la tentación de obtener más poder a cambio de apalabrar el alma.
Hay magia que viene de un espacio insondable, más allá de las estrellas, tan increíblemente vasto que no podemos ni imaginarlo… Esa mejor no tocarla porque con ella se te va la olla.
Hay magia compleja, escolástica, medida y estudiada; con su Creo, su Perdo y su Vim y un listado de campos y ámbitos que hace que dedicarse a eso sea un proyecto para toda la vida (y cuanto más consigamos alargarla, mejor).
Hay magia antigua, ancestral, de espíritus, de un todo que envuelve, de instinto y del mismo motor que nos hace movernos.
Hay magia rara, macabra, extraña y oculta; de Arcontes y Nefaritas, de Avatares modernos, de aquella que emana de leyendas tenebrosas o bien de Olimpos, Valhallas, cielos y suelos…
Hay poderes de fuera, de dentro, de objetos o de tecnologías tan adelantadas a nuestro tiempo que acaban formando parte de lo mítico, maravilloso, a veces temible, e inexplicable.
También está la pichurrina, que como todo lo de Fanhunter es magia y fuente de poder y de información y de agua y de vino y de leche y de pueblo y de todo y de nada; porque lo mismo da, que da lo mismo; y mientras sea friki y dé vidilla, es bienvenido.
Pero también están aquellos mundos donde sencillamente, no hay.
Y es en estos donde las actuaciones y creaciones extraordinarias dentro de lo cotidiano beben de lo excepcional. Pues a nadie escapa que una canción, una historia o un objeto hecho con pasión transciende lo cotidiano y se convierte en algo especial.
Un cuadro que vemos una y otra vez sin que nuestro interés se agote.
Una canción que cada vez que escuchamos conmueve el alma igual que la vez primera.
Un texto que al leerlo resuena bien dentro de la mente, donde no quedan barreras.
Una historia contada con ese erizar de nuca que conecta de forma especial con todos los oyentes.
Un rifle que lleva dentro el frío eterno de su difunto dueño.
O un hacha creada al calor de la ira, forjada con la intensidad de la venganza y el temple recuperador de las lágrimas vertidas por la pérdida.
Se trata, en resumen, del Kung-fu, del buen hacer, de vivirlo: de ese toque especial que surge de todo aquello que se forja con ganas.
Así pues, Evocador, si juegas con magia, ándate con tiento, huye de ella o desbarra. Pero si el mundo en que construís la historia carece de esta, reconoce esa pasión que se introduce en lo que se hace. Que brille, que se note y que, lo reflejen o no las reglas, sea algo especial, con ese golpe de efecto esencial, digno de ser admirado.