—¡¡¡Y eso es todo lo que tengo que decir!!!
Se giró serio, severo, indignado. Con la chistera ligeramente ladeada, pero con estilo, como si no estuviera abollada por el paso del tiempo.
Tras él dejó un silencio sepulcral que comenzó a chisporrotear en incómodos movimientos y miradas de extrañeza.
Pasó la última ventana de la casa de juego con andar digno, pecho henchido y porte casi marcial. Entonces, dobló la esquina, sujetó con la mano izquierda la chistera, con la derecha el bolsillo y empezó a correr como caballo en la pradera, como el indio en su tierra, como el auténtico tahúr que era.
Dentro, alguien cortó de una voz dudas y titubeos, se apartaron las sillas y salieron en grupo tras él.
Lo siguiente forma parte de la leyenda; hay quien dice que los evitó enseguida, que se echó al suelo y suplicó por su vida o que siguió huyendo durante días, hasta que burló al mismísimo horizonte. Pero también se cuenta que simplemente se quitó la chistera, dio media vuelta como si la cosa no fuera con él y que hasta se permitió saludar a sus perseguidores, con tanta tranquilidad que no se percataron de él y que continuó su camino en sentido contrario como si nada hubiera ocurrido.
Y es más que probable que fuera esta última. Porque quien lo ha visto en acción alguna vez, lo sabe.
Al fin y al cabo, hablamos del Dr. Well.