Jordi contreraS

Evoco contextoS

Redfang

—No se quejen damas y caballeros… esto es de lo mejor que puede darles el terreno seco y polvoriento por el que caminan. Algo de sombra, engrudo comestible y jugo del mismísimo infierno para matar todo lo malo que hayan tragado por el camino.

Paró un segundo y tomó un poco de uno de los platos de barro que descansaban sobre la mesa. 

—¿Ven lo que les digo? Esto está exquisito si lo comparamos con lo que podían llevarse al estómago años atrás. Tenían que haber conocido Redfang; eso, señores, eso sí que era un pudridero del que no se sabe si era peor haber entrado o tener que cruzarlo para abandonarlo.

Hizo otra pausa y, mientras asentía mirando fijamente al personal, echó un trago de uno de los vasos y cogió un trozo de una especie de empanada que alguien había cortado diligentemente para compartir.

—Era un maldito lodazal, de los pocos lugares húmedos que hay por aquí, en el que no crecía nada porque el agua era tan mala que ni los insectos se acercaban. Pues bien, alguien decidió contruir una casa ahí, con la sana intención de buscar oro. Sí, oro… han oído bien… 

Cayó otro trago y se puso cómodo, sentado en un extremo de la mesa con un pie apoyado en el asiento del banco. Miraba con la misma convicción con la que hablaba.

—Pero más curiosa fue la cara que se le quedó a la gente de Dustburg, el único conato de ciudad cercano,  al ver aparecer al pobre diablo con una sonrisa triunfal y un puñado de pepitas en la mano.

Si faltaba alguno por atender a ese estrafalario personaje, ahora había acabado por sucumbir.

—Como lo oyen. Por aquel entonces todos estábamos ya un poco enfermos con las noticias que llegaban de California, y pocos habría que no soñasen con la posibilidad de encontrar un filón para sí solo, un poco más cerca de casa. Así que se corrió la voz, más bien un susurro, dado que fue cosa de pocos escogidos, con la intención de no sobrepoblar la zona. Y, visto y no visto, en menos de lo que cabría haber esperado, todos los terrenos de aquel lodazal habían sido comprados. El pobre diablo que había vivido toda su vida en aquel desierto de fango, salió con poco más que una mula y un par de alforjas llenas de prosperidad.

Remarcó el término mientras enarbolaba una de sus manos con otro trozo de empanada y un vaso de vino en la otra.

—Pero nada es eterno en esta vida y mira tú por donde, al día siguiente de marchar su antiguo dueño, la tierra, muerta de pena, dejó de manar el preciado metal. De modo que lo que era una promesa de oro, se tornó en mero fango . Y las almas de todos cuantos allí vivían, se secaron.

Apuraba las últimas gotas de la botella sobre el que ya era su vaso, mientras acercaba la mano rápida a un trozo de empanada que alguien demasiado despierto para estar atendiendo a la narración, apartó de su alcance.

—Arrancados sueños e ilusiones de cambiar de vida, enfangados hasta las rodillas en un terreno del que no podían salir, subsistieron como pudieron hasta que cierto tipo de mucho dinero y poco seso, se interesó por la vieja mina. La transacción fue rápida y ventajosa, un buen precio por un lodazal. Y hete aquí, que el tiempo demostró que sí había oro en la mina, pero demasiado dentro y enquistado para el que rasca en solitario; no así para el tipo rico y su maquinaria. Sacaron oro, damas y caballeros, en un lugar apartado de la nada. Y conforme llegaron las ganancias, lo hizo también la fama. El único filón de la zona, bien hondo en las entrañas. Así que no tardaron en aparecer la única fauna que sobrevive en este lugar: una especie armada de alimañas.

Alargó la mano intentando entrar en el terreno defendido por quienes, pese a estar atentos e interesados, habián decidido hacerse fuertes defendiendo lo que quedaba en la mesa. Se retiró sabiamente el narrador y continuó su charla.

—Esperaron hasta conocerlo todo: el modo y medio de envío y los tiempos para lo mismo. Y esperaron hasta que los brotes fueran buenos para realizar la cosecha. Y salieron al camino con pólvora y culatas, y mordieron el primer bocado. Mas no tardó el rico en responder ante la afrenta a lo que era suyo y envió sicarios a por los bandidos. Pasó el tiempo prudencial en que se cruzan las balas, ataques de uno a otro y la posterior respuesta, hasta que en la situación pesó más la venganza y la erupción de ira se llevó todo por delante. Allí no quedó ya ni oro ni mina ni nada, solo un suelo fangoso manchado de sangre. Y dicen que fueron otras alimañas quienes apartaron cadáveres y poblaron la zona abandonada, utilizando el inhóspito lugar como puerto franco donde intercambiar, comprar y vender lo que honradamente habían ganado a golpe de arma. Es en ese sitio donde estuvimos un tiempo parando, para descansar y poco más. Porque era el único paso, porque salían con vida, cada vez, gracias a un pacto. 

Mantuvo el índice levantado, mirando hacia el techo para encontrar hueco en el despiste y hacerse con algo para masticar. Rápido, cogió su chistera y se alejó de la mesa antes de que brotaran susceptibilidades y empuñaran algo de mala baba.

—Marcho ya, no quisiera aburrirles más, alargando este relato. Pero si alguna vez pasan por Redfang, sepan que si no queda ni rastro de cuanto les he contado, es porque alguien rompió el pacto y brotó de nuevo la muerte. Claro que también pudiera ser que nada de esto sea cierto y responda más bien a que este que les habla, simplemente miente.

Tocó el ala del sombrero y se despidió cortésmente antes de recortar su figura en la luz que entraba por la puerta.

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