Este año he descrito algunos lugares por los que he pasado; bosques y paisajes que he disfrutado, pero
hay uno que siempre será especial: ese trozo de monte mediterráneo que es para mí como estar en
casa.
He caminado y jugado en él desde pequeño; pero fue mucho después, hace tan solo unos años, cuando
empecé a verlo con los ojos del que no solo mira sino que admira y aprende. En él he descubierto la
diferencia entre ver y conocer, siendo agradable lo primero y profundo lo segundo.
Es entonces cuando en ese confuso espacio verde, glauco, pardo y amarillento, aparece nítido el pino
carrasco, rojo y piñonero; tomillo, romero, bufalaga, esparraguera y lentisco; romero blanco, vinca,
orquídea salvaje y esparto; aladierno, coscoja, aliaga y espino negro; yesquera, enebro, lechetrezna y
gamón, entre muchas otras… entonces se empieza a dejar de conocer para comprender.
Este monte es cercano, semiárido y lleno de contradicciones que, bien entendidas, son la muestra
perfecta de ese equilibrio que, a mi parecer, es el paisaje mediterráneo.
Seco y húmedo, leñoso y oleoso, exiguo y florido.Tenemos el alto seco de monte bajo y pedregoso y la
humedad eterna del barranco, la vaguada o la canyada.
El muro verde del bosque viejo y el rebrote joven
y vigoroso que surge tras el incendio.
Existen paisajes impresionantes por su aridez, su biomasa o por lo peculiar de sus especies. Pero el
monte que se acaba haciendo propio, sea cual sea, entra de algún modo en uno hasta forma parte, el
uno del otro y viceversa, de forma similar a la de aquellos druidas del imaginario popular.
A partir de entonces, uno es uno y lo otro; porque se acaba sabiendo de forma interna que al preguntar
al entorno, al investigar dispuesto a entender, se comprende y, por tanto, se acaba formando parte del
mismo medio que se observa.
El entorno habla, con las estaciones, con el día y la noche, con el clima y con los mil y un planes y
estrategias que entretejen todas las especies que lo habitan, y cuenta un relato único y plural.
Y es entonces, sin la prisa, con el ojo de quien quiere no solo estudiar, sino también estar y observar,
cuando aparecen esos lugares que solo ese espacio al que has dedicado tu tiempo e interés te puede
ofrecer: esos rincones que siempre tienen algo especial.
Así que seguiré echando un ojo a este lugar, con la apertura de mente de la sorpresa y el afán de
comprender. Porque aunque llevo algo visto, siempre vuelvo a casa con la sensación de que, vayas las
veces que vayas, no te lo acabas.
Feliz y verde, árido, perenne, caduco o exhuberante 2023. Sea como sea, que arraigue fiel a su
naturaleza, que es como ha de ser.