La noticia corrió con la velocidad de un ponney express por los cauces adecuados, hasta que todos lo interesados sabían que en aquel cuchitril en medio del desierto habría un pavo real.
Los asistentes no cabían en su asombro al descubrir que lo que en realidad se sentaba a la mesa era una pava.
Y allí estaba ella, valiente, con su traje elegante y rígida pose de arte marcial femenina. Se sentaba de lado, recta, con ademanes lentos y sinuosos y rostro pausado: como si en realidad estuviera en otra mesa, lejos del resto de asistentes.
Con gesto firme no acostumbrado, iban cayendo los cartones, floreados en rojo y negro, sobre la mesa.
Manos expertas los absorbían y llevaban hasta sus inexpresivos ojos de auténticos tótems indios.
Unos y otros, observaban sus rostros tallados en piedra, intentando reconocer el más mínimo temblor, el amago de una sonrisa o el salto alegre de unas pupilas ordenando una buena jugada; a la vez que intentaban organizar la suya.
Y allí estaba ella, manteniendo la formación, con el peso y la rigidez de su armadura de fuerte hueso de ballena; dura pero cándida y algo inocente en realidad.
Soltó un par de fanfarronadas y mostró el orgullo herido con el afilado de una sonrisa seca y el asomo de un colmillo.
Dejó el bolso a un lado y volcó su contenido.
—De acuerdo, señores… ahora juguemos de verdad. —El pavo había desplegado su cola.
No hubo muestra ni apuesta por parte del resto; ni siquiera un gesto más alto de la petición de cartas. Pero podía notarse el pulso latente bajo la piedra, la invocación del dinero, la muestra de interés por todo lo que brillaba sobre la mesa.
Volaron las cartas y las recogió ella, firme, gélida y en silencio. Casi podría decirse que ni los miraba. Cualquiera de aquellos colosos podría haber hecho su apuesa. Pero fue ella quien apostó.
Se giró hasta ponerse frente a la mesa, se aflojó los puños y mostró la palidez de sus brazos mientras arremangaba la tela.
—De acuerdo, señores, no sé con quien se piensan que están jugando, pero no soy una señorita del este. Me sobran redaños para darles mil vueltas. Y esto lo hago solo para demostrarlo… y sí, los estoy retando. Así que… ¡ahí va todo!
La tela crujió al moverse y de sus labios salió una exhalación al incorporarse sobre la mesa para poner en medio su riqueza.
Ahora, se abrieron los ojos por primera vez y se dibujaron signos de abandono, hasta que el eco de un gesto de ella les alertó y pudieron rearmar las manos.
Estaba claro que el pavo no tenía cartas con las que cargar aquella jugada; la mujer había caído… solo quedaban ellos y, a una sola jugada de distancia, el botín que brillaba en medio de la mesa.
Entonces los rostros cambiaron y en el calor de la batalla, salieron los cuchillos.
Lo siguiente fue un auténtico desfile de habilidades como jamás se hubiera visto en aquel cuchitril dejado de la mano de Diós. En aquel momento, se enfundaron las normas y sacaron toda la artillería. Y a pesar de todo el compendio de artes desplegadas y de que uno parecía imponerse al resto, no hubo ganador…
Se alzó la mujer, apartó la silla con toque recio de pie y recuperó la compostura mientras se bajaba las mangas.
—Bueno caballeros, gracias por el espectáculo.
Tras lo cual se giró hacia el hombre que seguía a lo suyo, apenas visible, tras la barra.
—¿Ha tomado nota, sheriff?