—¡Acérquense señores! ¡Únanse al juego! ¡Hoy tengo ganas de perder!
Alguno pasa, mirando de reojo, pero no falta quien encaja la llamada con sonrisa desafiante y arrima silla a la mesa.
—¡No les miento, caballeros! En verdad quiero perder…
Las cartas bailan entre las manos al son de cartón encerado.
—Sepan que se sientan sin ninguna oportunidad. Avisados quedan.
En un momento, cuatro caballeros en mesa: dispuestos a desenfundar cartas y descerrajar con una mano a aquel petimetre bravucón.
—He estado en las mejores mesas, algunas las conocen; otras no se imaginarían jamás dónde se esconden. He hablado con los mejores jugadores; escuché sus tácticas y trucos. Hablé con tahúres que hasta cagaban ases…
Las primeras cartas tocan tapete; sonido quedo y aterciopelado.
—Invertí mucho más de lo que se puedan imaginar.
Gira el cartón hacia las caras opacas que otean en busca de la jugada.
—Dí la vuelta al mundo para jugar como el mejor. Y… ¿saben qué?
Los rostros reaccionaron un momento y él subió la apuesta.
—Que no fue hasta que dejé de hacer caso a todo eso, que no empecé a ganar.
Cayeron las cartas y el tipo abrazó el dinero hacia su parcela.
—Lo he hablado con doctos en la materia…
Caen de nuevo los cartones; brota metal en medio de la mesa.
—Algunos dicen que quizás sea por intuición. Otros que solo entonces, al jugar a mi manera, podía incorporar realmente todo lo aprendido.
Sube el botín disputado; llueven los descartes.
—Pero lo cierto es que no recuerdo nada especial de aquellos lugares ni de los grandes tahúres. Recuerdo un par de sitios y gente cercana que se la jugaban en otras lides. Creo que de ellos aprendí cómo jugar a lo que sea, porque, sinceramente, hasta la cosa más cotidiana, vista desde las ganas y el interés, puede ofrecer más que aquello que en su momento invertí.
Coloca el botín conseguido en medio de la mesa. El resto de jugadores titubea, hasta que atisban el resplandor de un farol en la sonrisa y cargan toda la munición.
—Aunque también podría ser que gusta tanto mi historia que se quiera pagar el juego para poderla escuchar.
Giran de nuevo las cartas y señalan al hablante como perdedor.
—¡Listo! Tal y como les dije: gano de nuevo.
Deja el dinero en medio de la mesa, ante el rostro sorprendido del resto de jugadores, que olvidan, por un momento, disputarse la pieza. Se calza su chistera, da un toque de ala, buena cuenta del vaso que hay junto a él y se despide.
—Caballeros, ha sido un placer. Si esta noche al llegar a casa notan como si se les hubiera esfumado un año de su vida, no me lo tengan en cuenta. Total, ¿qué es un año para ustedes? Para mí, sin embargo, los suyos siguen la suma. Cuando quieran, volvemos a vernos. Gracias por toda su atención.