Los primeros rayos de sol desafían el frío de los últimos resquicios de invierno.
Humea la taza de café recién hecho y el vaho, acompasado por el rítmico deslizar de metal sobre madera.
Toda la elegancia del este se va descascarillando hasta mostrar bellas vetas oscuras: curvo movimiento entre un mar claro y calmo.
Desmontado, sin los apliques ni las vistosas molduras que lo adornaban en el pasado, el viejo mueble vuelve al origen. Y su verdadera esencia emana un intenso aroma a madera.
Pasa la cuchilla de nuevo, tensando los brazos hasta extraer la viruta, sin planos ni rectilíneos, dejando que salte por donde quiera; tanto tiempo costreñida, es hora de que la pieza escoja su apariencia. Y así aparecen las formas correctas que otros llaman irregularidades.
Sierra las piezas para el tamaño adecuado y lija hasta que aristas, picos y desniveles toman una apariencia continuada, sinuosa, tosca y orgánica, recuerdo del árbol del que surgió, de tacto suave, firme y sedoso…
Y forma con ello algo que arraigue en su hogar.