Jordi contreraS

Evoco contextoS

Más allá del d30

El otro día hablábamos de cuando empezaron a llegar los más pequeños a esta afición, pero también estamos los que nos quedamos. Los que con el devenir del tiempo sobrepasamos con creces el d30.

Que esto del rol es un juego, un pasatiempo, está más que claro; y es cierto que llega un tiempo en que te ves mayor para estas cosas. Que la urgencia del adulto crea una barrera entre juego y responsabilidad, como si uno no pudiera existir con la otra, como si el primero no tuviera las bondades y opciones de aprendizaje de todo entretenimiento lúdico (si en algún momento tienes algún pequeñuelo cerca, de d2 a d10, tuyo o de familiares, podrás verlo claro).

Así que es posible que llegue un momento en tu vida en que destierres el rol; aunque solo en parte, porque esto, como el Único, deja marca y, cuanto más tiempo hayas pasado tirando dados, más consecuencias acarreará sobre ti.

Para empezar, un dado ya no será solo un dado, ni habrá uno solo. En segundo lugar, es más que probable que guardes algún manual (eso si no acumulas aún todos en estanterías cual Smaug) y te dediques a observarlo de vez en cuando, recreándote en sus caracteres, forma y color. Y si el tiempo de juego fue el suficiente, verás pautas asumidas: creación de personajes, resolución de conflictos, improvisación adquirida, pensamiento in media res, reconducción de temas, evocación de escenas, hallar puntos coincidentes y divergentes, trabajo en equipo… que resulta que algo parecido al jueguecito de marras se utiliza para calificar e instruir a personal, proponer simulacros, enseñar o valorar posibles reacciones…

Pero la verdad es que ninguno nos acercamos a esto para desarrollar nada, llegamos para pasarlo bien, y si subimos de experiencia en el transcurso, pues eso que nos llevamos: esa es la mejor forma de aprender. Lo más importante es que, al final, resulta que aunque ninguna de esas habilidades pasen a formar parte de tu ficha, la cruda realidad es que has pasado muy buenos ratos, que has forjado historias junto a otros y que, tal y como te decía antes, un dado ya nunca será solo un dado.

Nos queda la última frontera, el Pacífico o los Puertos grises… qué más da, todo queda al Oeste. Cuando pleguemos tanto la piel que parezca que estemos hechos de melange, cuando contemos más años que tentáculos tiene Cthulhu, cuando miremos hacia atrás y hayan más nuevos que conocidos y empecemos a plantearnos si, llegando a estas alturas, no sería bueno desempolvar el Aquelarre y hacer las paces con el de altísimo o pactar con el de abajo.

El caso es que al visualizar esa etapa futura, parecía que estaríamos a otra cosa: momificados frente a una obra, disparando cartuchos de pan a las palomas o haciendo equilibrios con la cabeza sentados en una silla con los ojos cerrados. Pero no, mira por donde resulta que el rol ahí tampoco debería quedarse fuera, porque justo entonces volvemos a tener tiempo, porque la mayoría de achaques se llevan bien sobre una silla, porque nos seguirá gustando charrar (nos escuchen o no), porque tendremos más gestas en nuestro haber, sea de cuando fuimos jóvenes o la última piedra en el riñón que parimos como un huevo de grande, porque tendremos más puntos de experiencia que todos esos jovenzuelos juntos y algún d2 o d4, de nuestros hijos o de otros, a los que enganchar por banda y enseñar esos libros que sirven para jugar, en los que hay mucha más libertad que en cualquier pantalla.

Pero, sobretodo, porque cuando en su momento negamos esta afición a los d100, no tuvimos en cuenta que si se tocan cartas o dominó, bien pueden tocarse unas fichas y un puñado de dados jumbo; porque, al final de la historia, jugar, jugamos todos.

Buena y eterna partida.

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