Jordi contreraS

Evoco contextoS

La huida

Corrió en la tormenta bajo la lluvia, con el alma desbocada.

Puso tanto empeño en su huida que disipó el temblor de la cara al pisar la tierra y desterró el contacto de cada paso hasta apenas notar el suelo.

Atrás quedó el cansancio y la falta de oxígeno. Aceleró y se emborronaron las imágenes de cuanto había a su lado, hasta que todo se perdió detrás y supo que podría seguir corriendo hasta el final de los tiempos; en ese espacio continuo entre los pasos fluidos, bien cerca del cielo.

Atrás quedaban las cadenas y los trabajos forzados de aquel lugar. En ese momento, nada ni nadie podría alcanzarle. No importaba cuánto le siguieran, era imposible cogerle.

Y cayeron los rayos y bramaron broncos los truenos; pero no importaba. Y corrió como barco en mar bravío, con el viento en contra y la lluvia estrellándose en su cara.

Eterno, imparable, inmortal.

Hasta que sonó un estruendo y relampagueó seco el fogonazo de un índice con el propósito de atarlo a la tierra.

Notó el empujón, el golpe seco y el rasgar indoloro de algo que atravesaba alguna parte de su ser; que lo partió en dos, segando las cuerdas que aguantaban sus miembros, en un intento de detenerlo por la fuerza, con la violencia incasdescente de pólvora y plomo.

Y cayó el cuerpo pero no importó, porque siguió corriendo un último segundo. El último momento que aseguró que no lo habían logrado; que lo mantuvo en la dicha de devorar la distancia y la sensación cruda de libertad. Hasta el instante mismo en que todo se apagó.

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