Jordi contreraS

Evoco contextoS

Behemoth

Estaba en pie, a 4 o 5m del suelo, sobre la lona azul oscuro que tapaba aquella mole. Movía con la muñeca derecha su chistera mientras se acercaba el megáfono a la boca con la izquierda.

-¡Damas y caballeros! ¡Acérquense y observen el regalo de Prometeo! ¡Vean el triunfo del ingenio!

Y la gente se acercaba, no unos pocos, no. A cientos, os digo, salían de la ciudad para acudir al campo abierto. Desde bien lejos podía escucharse a aquel hombrecillo exultante predicando en su colosal pedestal.

-¡Lo que descansa bajo esta tela es la supremacía del hombre sobre el medio! ¡La fuerza de la inteligencia, la técnica, el paso siguiente de la civilización!

Se colocó la chistera, cogió varios cabos de cuerda y se dispuso a tirar de ellos.

-Lo que aquí les traigo, este 4 de julio, es ¡La independencia!

Cayó la lona y apareció un coloso metálico con forma de vehículo.

-Este Goliath de la pradera guarda en sus entrañas un motor a vapor de 60 caballos, ruedas de 2 metros de altura y un peso total de 10 toneladas. Y ¿cual es el propósito de esta fuerza de la técnica?, se preguntarán… ¡25 carromatos, señores! ¡25 carromatos completamente cargados que podrán ser tirados únicamente por la impresionante fuerza de este coloso! ¡Olvídense de la incomodidad de buscar pasto!, ¡de las horas de fatídico descanso y del forzoso cuidado de bueyes o mulas! ¡Ya no más sufrir por una pata rota o la tozudez de la bestia! ¡Esta criatura, fuerte, resistente, limpia y eficaz, es capaz de hacer su trabajo sin exponer la menor queja ni necesidad de descanso! ¡Con los debidos cuidados, podría estar en movimiento perpetuo, como el Gólem que no descansa jamás hasta lograr su objetivo; que no es otro que el nuestro!

La máquina era verdaderamente impresionante. A lomos de todos esos tubos, cilindros, poleas y pistones, aquel hombrecillo era como la tilde sobre el coloso; apenas visible, pero daba tono y sentido al conjunto. Era perro viejo, no en vano había sido contratado por Mr. Thomas L. Fortune para la presentación, y cuando más alto estuvo el punto de maduración, supo ver el momento de poner en marcha la maquinaria.

El humo, el silbato y el movimiento ciclópeo de los pistones, dejaron boquiabiertos a los presentes. Las manos liberaron las cabezas de sus sombreros y fueron incapaces de hacer otra cosa que esperar el paso siguiente.

Entonces comenzó a moverse. Las magníficas ruedas giraron y movieron la mole que avanzaba sin prisa pero sin pausa.

Las miradas seguían ancladas a la máquina; ya no existía el hombre de la chistera, ni siquiera la ciudad que se recortaba en el horizonte ante un sol que comenzaba a despedirse.

Entonces, iluminada con los últimos rayos de un sol moribundo, la máquina tomó velocidad y devoró el vasto espacio de la llanura, cada vez más firme e imponente; hasta que, en lo más alto de su caminar, cayó en una zanja enfangada y tras muchos silbidos, humerales y esfuerzos; tras mucho patinar de ruedas, exceso de presión y calentar de metal, se vio incapaz de abandonar su charca y allí quedó sin haber llegado siquiera a tirar un solo carromato.

A lo lejos, más allá de la ciudad, entre las altas montañas del oeste, se escucharon broncos truenos con la cadencia de una carcajada y trajo el gélido viento un mugido que a más de uno de los presentes les recordó el azul intenso del cielo.

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