
Serpenteó la mano,
latigando instinto y certeza,
como si supiera lo que hacía.
Desenfundó el revólver de uno de los bandidos:
templanza de bisonte,
peligro de cascabel.
Entonces llegó la duda, el temblor y el miedo.
Y luchando por encontrar mejor dueño,
en sus manos el arma bailó.
Mas Rod “el tuerto” mudó rostro,
al ver cómo aquel tipejo,
domaba finalmente el arma encabritada,
erizándola con el pulgar.
Ambas manos sujetaron en blanco.
Entre pulsos temblorosos:
férreo y frío metal.
-¡Adelante!
-dijo el forajido con sonrisa fría y alma cargada.
– ¡Haz lo que debas, chaval!
Tragó saliva en respuesta,
cerró ojos, apretando índice y encías,
y la bala se liberó.
Silbó roja de vergüenza, miedo e ira,
voló libre,
aullando en plomo:
la primera de las seis notas
de la Balada de Rod “el muerto”.