Jordi contreraS

Evoco contextoS

Horacio Espina

Notaba el peso de su navaja oculta entre las ropas. Caminaba cojitranco, con el baile cadavérico de quien hace tiempo que traspasó el último umbral. Le ardían los labios. Notaba punzadas en los pies, despegar legamoso en sus pulmones y una costra de polvo seco en el paladar.

—¿Y bien?, ¿te viene algo a la memoria?

Negó con la cabeza en respuesta y, entre golpes de tos seca, siseó con un hilillo de voz: “…aunque te agradezco el paseo”.

—¡No hay salida, maldito loco; solo sed y fuego! ¡Seguiremos paseando por este maldito desierto hasta que recuerdes!, ¡¿me oyes?!

El jinete intentó enfundar la lengua, pero la sangre le hervía más que aquel sol endemoniado.

—¡Habla ya de una vez! Si es que quieres descansar y echar un trago.

—¿Sa-sabes? —se detuvo para sorber algo de oxígeno con los labios agrietados— es curioso cómo haciéndome sufrir como un desgraciado consigues que valga tanto algo tan insípido como el agua. Mi cuerpo me pide un trago como si fuera oro.

—Pues hazle caso y no solo será un trago.

Puso ante él la cantimplora, mirándole con gesto conciliador. Pero el rostro de aquel individuo le dejó claras las cosas, antes incluso de escuchar su respuesta.

—Verás —dijo intentando recordar lo que era la saliva— el cuerpo habla fuerte… pero hace tiempo que no le escucho.

Y dibujó una sonrisa amplia y limpia, como si en realidad no estuviera en aquel lugar ni en esas condiciones.

—Como quieras…

A esas alturas el captor ya estaba cansado de esperar a que aquel pobre diablo claudicara; atento a no perderlo completamente y, con él, todo el esfuerzo invertido.

Aquella noche le dejó dormir un poco más y hasta estuvo a punto de acercarle la cantimplora, mas cierto destello en su mirada lo echó para atrás.

***

Amaneció con dos cuerdas cortadas a los pies, sin caballo y con la cantimplora, sin tocar, colgada de uno de los arbustos espinosos de aquel lugar.

En ese momento recordó la sonrisa, el reflejo en la mirada y supo que aquel tipo estaba allí como en su propia casa; que había esperado el momento adecuado para dejarlo tirado y que ya no volvería a verlo más.

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