No lo vimos porque nunca estuvimos allí del todo, demasiado ocupados en nuestras absurdas carreras; faltos de oxígeno, hurgando en llagas propias y ajenas, buscando la ventaja y la destrucción.
Y mientras tanto, las semillas germinaron, crecieron altos los tallos, extendiéndose raíces y ramas. Mientras tanto, se hicieron grandes los troncos, armándose de fuertes y duras cortezas.
Y cuando todo acabó cancelamos lo que empezamos, porque ninguno de nuestros planes pudo igualar lo que teníamos delante.
Aquel día, en medio de ese paraje, comprendimos de nuevo cómo estábamos arraigados a la tierra. Cómo éramos parte, cada uno en su realidad única, de un mismo espacio.
Comprendimos que no sólo es valioso lo que se compra o se vende. Y que hay un beneficio mucho más intenso, más íntimo, una suerte de conexión umbilical, en el continuo crear del mundo.