Llegaron entre risas y jolgorio. A nadie pareció extrañarle, los más jóvenes regresaban a la tribu, días después, tras su primera cacería.
Alce Rayado, el más mayor de todos, chistó al resto para que callaran, pero no fue capaz de esconder una sonrisa al ver llegar al último de ellos, a caballo, con algo frente a él que llevaba cubierto con una piel.
Era Cara Enfadada, nombre que le pusieron por la mueca de su rostro al nacer. Iba erguido sobre el caballo esforzándose por mantener una pose altiva aunque en realidad se debatía entre el triunfo, cierto rubor y algo de diversión.
Mantenía la piel bien agarrada y siseaba a cualquiera de sus compañeros que se acercara con la clara intención de desvelar su secreto. Al final, al ver frustrados sus intentos, y, disuadidos por Alce Rayado, dejaron a Cara Enfadada a lo suyo y comenzaron a extender sus capturas para que fueran trabajadas por las mujeres del pueblo.
La caza había ido bien y aquella noche habría una fiesta para celebrarlo. Cada uno de los integrantes de la partida tendría la oportunidad de contar sus proezas.
Cuando el fuego estuvo bien alto, se acercaron uno a uno y contaron cómo les había ido y los éxitos cosechados, mientras sus congéneres escuchaban y se regocijaban en el éxito aportado a la tribu.
No fue hasta que acabaron todos, que le llegó el turno a Cara Enfadada. En parte se esperó para pensar bien qué es lo que iba a decir; en parte porque prefería que hubieran acabado todos los demás, pero lo que estaba claro es que después de su
llegada aquella misma tarde, toda la tribu ardía en deseos de escuchar su historia y poder ver de una vez qué es lo que trajo consigo bajo la tupida piel. Así que un silencio casi sagrado brotó cuando Cara Enfadada se acercó a la hoguera y se dispuso a hablar.
—Todos sabéis que soy el único de los que hoy han hablado que sigue sin cambiar su nombre. Pues bien, esta vez no fui a cazar con mis hermanos. Decidí que era la ocasión de ganar mi nombre y me fui solo con la promesa de no regresar hasta encontrarlo. Lamentablemente no tuve la misma suerte que mis hermanos y ningún animal quiso mostrarse ante mí, ninguno; ni en los cielos ni en la tierra ni en los ríos… Era como si la madre tierra me diera la espalda y nada quisiera acercárseme. Así que continué buscando, sin comer y sin beber, esperando que algún espíritu valorara mi sacrificio; pero no tuve suerte.
Entonces vi un árbol muerto, enorme, de ramas extendidas, cerca de las tierras secas. Trepé por él para otear el horizonte en busca de algún indicio de vida y así fue como descubrí mi premio…
Cara Enfadada apartó la piel, revelando una silla grande de respaldo alto y dos patines curvos en su base, donde debieran estar las patas.
—Las lluvias habían borrado cualquier rastro. Estaba sola en medio del camino, como si hubiera caído del mismo cielo. Así que reclamo este extraño asiento como de mi propiedad. Y esto es lo que encontré y todo lo que tengo que contaros.
Estallaron las risas y muchas de las gentes fueron a tocar la silla y a jugar al ver cómo al sentarse aquellos patines se balanceaban hacia adelante y hacia atrás.
Todo eran como digo risas, hasta que uno de los ancianos, que había estado callado durante toda la historia, se puso en pié y alzó la mano hasta extender el silencio.
—Eso que has traído, ese objeto, es obra del hombre blanco que viene. Otros en otras tribus lo han visto ya llegar y cuentan distintas historias. Demasiado diferentes aún como para poder comprender su naturaleza. Desconozco el motivo por el que hayan querido dehacerse de ese objeto, parece bien elaborado y por lo tanto valioso, pero está claro que eres tú quién lo ha encontrado solo y sin dueño, así que los espíritus quieren que sea tuyo y Asiento Que Mece será tu nombre ya que, por algún motiivo, se te apareció a ti en lugar de los espíritus que debieran haber respondido a tu llamada. De momento nada más sabemos de los recién llegados, y debemos ser cautos; pues ellos, como ese asiento, pueden moverse en una dirección u otra, de ti depende mantener el equilibrio.
Calló y todos afirmaron con el rostro respetando sus palabras. Por un segundo los integrantes de la partida de caza fueron los protagonistas de la tribu. Después brotaron de nuevo las risas y mucha gente fue a ver el trofeo de Asiento Que Mece, y a celebrar que había un nuevo miembro de pleno derecho en la tribu. Todos menos el anciano, que seguía mirando con interés aquel extraño objeto, preguntándose por la historia que habría tras el.