Jordi contreraS

Evoco contextoS

El otro camino

Por aquel entonces aún se le conocía como Gus.

Vio el duelo de los Tomney, estuvo cuando la banda de Rob Singer segó las vidas del pueblo minero de Calva Seca y sobrevivió a la venganza sangrienta de Tom “sin lengua” y los suyos en las tierras del sur, donde salir intacto era casi una deferencia.

Pero nunca empuñó un arma ni apretó el gatillo, porque era incapaz de entender la locura de los blancos. Tenía suficiente con haber abandonado el mundo y quedarse al margen de todo. Mas cada vez que volvía la mirada hacia ellos, todo le parecía más irreal; poco a poco hasta las vueltas del propio mundo se le antojaron un ciclo vicioso del que nadie parecía darse cuenta, anclados como estaban a lo que tenían delante: aquello sobre lo que tenían control y podían explotar.

Entonces, cansado, escogió otro camino. El recuerdo de aquellos horrores y la pena y el terror se atenuaron, diluidos por el absurdo rodar de un mundo en movimiento perpetuo sin final ni horizonte en el que nada parecía tener relevancia.

Y así comenzó a tocar metal con pulgar, a escuchar alegre el “clac” limpio y seco y a notar la firmeza del índice vencida al imprimir la decisión necesaria para hacerlo funcionar.

Y cayeron las primeras vidas a un agujero en el que ya no quiso mirar… Una vez abandonaban su pose erguida en el horizonte, simplemente desaparecían llevándose todas las consecuencias.

Y comenzó a dibujarse una sonrisa vacía en su rostro: curva estanca de ese pozo insondable que labró en las entrañas para que entraran todos los habitantes de este y de otros mundos.

A partir de entonces tuvo frío, siempre frío, pero ya no sentía molestia alguna; estaba en un estado eterno de calma: un sosiego tenso y dormido.

Y al empuñar el arma escuchaba los disparos apagados, lejanos, como si vinieran de aquella bola absurda que giraba estúpidamente sin final ni horizonte. Y cada muerte suponía tan solo un alma más en el pozo, la sacudida firme en la mano y el reconfortante calor pasajero del fogonazo en el rostro.

Fue entonces cuando obtuvo el control verdadero. Y donde había vivido Gus, moraba ahora Hielo.

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