Creo que el escritor bebe de donde vive, de lo que ama y lo que teme.
Genera luces a partir de ilusiones, sombras de pesares y tonos grises de todo aquello que es útil y da cuerpo.
¿Y el color? El color brota de cualquier cosa, hasta de la más insulsa, cuando se la observa con pasión.
El erial desértico se transforma en rudeza, sequedad, nubes de polvo en el paladar y brumosos horizontes bajo un sol pletórico, que se transforma en calma estrellada al llegar la noche.
Los grandes bosques son templos de vida, sonidos exuberantes entre vegetación erguida; un paisaje prolífico y fértil con rayos de sol bañando pequeños claros entre un verde denso y acogedor.
Y el bosque mediterráneo, nuestro bosque, es un verde arbóreo disperso y eterno, arañazos de verdegrís entre la piedra y la tierra. Belleza y aguante de matorral enhiesto resiliente. Es aprovechar ese sorbo de agua fresca, que llega cuando la garganta está verdaderamente seca, y generar el color que otorga al paisaje la vida que parecía ausente.