Jordi contreraS

Evoco contextoS

De pócimas, elixires y bebedizos

Desde que el ser humano comprendió el poder transformador del fuego, comenzó a ver todo cuanto le rodeaba de dos maneras: cómo era y cómo podría llegar a ser.

La carne se asa, se fríe, pero también se guisa y con ello pasa su esencia al caldo. Y es en esa transmisión, esa transmutación de propiedades de uno a otro donde algunos vieron magia y otros meramente saber.

Esa sabiduría permitió extraer el poder y el efecto de plantas, animales y otros seres y materias. Esa maravilla que hoy puede parecernos obvia, pasó durante mucho tiempo encerrada en los tarros, frascos, odres y botellas de quienes sabían. Algunos porque leyeron y recopilaron; otros porque recordaron y transmitieron de viva voz lo que contaban los ancianos.

El saber de liquidar el sólido para extraer lo valioso a un nuevo medio acuoso.

Ese es el valor del bebedizo, de la poción o el elixir. Ese el misterio que encierra entre vidrio, metal o cerámica, lo que vemos extraño o esotérico por fermentar en lo desconocido. Ese es el jugo que debe guardarse en cada recipiente, para después sellarlo.

Podemos hablar de la mítica Poción Mágica que hierve en viñetas. De pócimas hechas por brujas, sanadores y curanderas, de filtros amorosos o de las mil y una recetas que reproduce el alquimista con el efecto de lo mágico y la tenacidad metódica de la ciencia. Hablamos de la capacidad de ser invisible y del cambio que un frasco provoca, de uno a otro extremo, pudiendo ser Jekill o pergeñar un Hyde. Hablamos también del Bálsamo de Fierabrás con el que “no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar morir de ferida alguna” y que supera con creces a cualquier Poción de Curación Suprema, Vigorosa o Definitiva, porque, como decía aquel hidalgo de lanza en astillero, si por desgracia nos partieran el cuerpo en dos, solo tendrían que colocarnos una mitad sobre otra “advirtiendo de encajallo igualmente y al justo” y con solo dos tragos quedaríamos “más sano que una manzana” como si tan solo nos hubiera aquejado un leve corte de digestión.

Pero también hierven a este lado de la realidad los elixires curativos de Sprucetuck. Los emplastos, ungüentos y bebedizos de curanderos que actúan con el saber de sus ancestros y conocen los males y cómo aplacarlos. Campa en estas lides el Vinagre de los cuatro ladrones e incluso los aceites de serpiente que tintinean en carromatos por el oeste, junto a otros potingues de los que charlatanes de todos los rincones declaman sus bondades, siendo el 50% de las veces un fraude y el otro 50% un engaño o, cuanto menos, exageración; aunque es justo decir que a veces, fuera de toda estadística, surge uno que funciona.

Y si magnífico es el caldero abrazado por las llamas y el humo y los olores que desprende. Enigmático es el alambique que condensa el tiempo en un goteo; extrayendo de la hora un minuto, de la semana un día y del año un mes; concentrando aquello que vale y desechando el resto por el camino; ya sea la esencia vital de un ser vivo o la arrolladora fuerza, delicada y sutil, de un aroma.

El caso es que, sea ficticio o real, el misterio del caldo existe de siempre, y el tintineo del cristal de las redomas llama la atención por lo característico de su sonido y por aquello que pueda provocar; ya que en esos caldos se oculta igual de bien, cierto comportamiento o condición física y se suspende entre sus aguas con igual eficacia el impulso de la vida o el frío sesgo de la muerte.

Así que cuando acudan los tuyos, Evocador, a curanderos, buhoneros, boticarios, alquimistas o brujos de todo tipo… que noten lo extraño y sientan esas cosquillas en el estómago. Que desconozcan todo cuanto vean y sientan que de aquel que sabe, están a merced.

Perdona, amigo, pero se me fue. Quizás fue el tiento que le di a aquel licor por casualidad. Una triste botella de vidrio con la etiqueta arrugada que “Jugo de dados” ponía cuando la alisé.

Brindemos pues, Evocador. Échate un buen trago; se nota que, esta vez, los dados están bien fermentados.

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