
En primavera los apagados tallos leñosos de la albaida sedosa, cubiertos de hojas en verdegrís, abandonan su anonimato plagando sus cimas de vibrantes llamas blancas y rosadas, latiendo a un mundo del que, pese a ser más bien escasas, se niegan a abandonar.

Se trata de una planta arbustiva de la familia de las leguminosae de abundantes tallos leñosos que abarcan más espacio a lo ancho, pese a que pueden alcanzar los 80cm.
Natural del norte de África, concretamente de tierras argelinas, encuentra asiento en Albacete, Murcia y, en muy pocas cantidades, aquí en tierras valencianas. Crece en zonas áridas o semiráridas, en campos de cultivo, bordes de camino y entre tomillos y espartos.

Sus hojas son abundantes, lineares y lanceoladas, con unos 1-2mm de anchura. Las más jóvenes presentan un característico tono verde grisáceo debidos a los pequeños pelos que las cubren y protegen del sol. Las superiores brotan en grupos de 3 a 5, siendo el foliolo terminal mucho más largo que los laterales.

De marzo a junio brotan sus flores en grupos de 4 a 7 ascendentes y papilionadas (similares a mariposas) aunque vistas desde el lateral parecen pequeñas hogueras blancas con leves manchas rosadas que poco a poco se extienden por toda la flor al madurar.

El término Anthyllis proviene del griego: planta florida.
El principal uso de esta planta es sin duda su rusticidad y capacidad de adaptación a entornos áridos, cambiando por tanto la naturaleza de los mismos a terrenos con vegetación presente.

Debido a su escasez en tierras valencianas, es una alegría poder ver sus llamas blancas cambiando de coloración a lo largo de la primavera, y aun más reconocer su forma cuando el resto del año, mantiene su presencia en esa apariencia, leñosa, anodina, resistente y verdegrís.
