Jordi contreraS

Evoco contextoS

Alpiste

Kearra nació en el pequeño asentamiento de Chistledown, al norte de Lockhaven. Creció en la zona cercana al río y pasó su infancia allí jugando con sus amigos, mientras algunos adultos recogían los grandes juncos.

Cierto día, decidió cruzar a la otra orilla y, embriagada por la curiosidad, continuó andando hasta llegar a un lugar donde los árboles dejaban espacio al cielo limpio y el sol iluminaba un inmenso sotobosque de arbustos, plantas y flores.

Una sombra pasó sobre su cabeza, oscureciendo parte del terreno, y escuchó un ruido agudo y potente, una suerte de silbido que calaba hondo hasta helar los huesos. Instintivamente se ocultó bajo las densas y armadas ramas de un espino blanco y se quedó quieta evitando hacer cualquier ruido. Al poco, una magnífica criatura apareció surcando el aire. Con sus grandes alas extendidas y una cola triangular de final redondeado; subía, bajaba y giraba hacia un lado y otro con la misma soltura con la que un pez se mueve por el agua.

Perdió la noción del tiempo y solo cuando aquel ser inundó el espacio con su grito, consiguió reaccionar, sin otro pensamiento que salir corriendo.

Al regresar a casa, contó a sus padres lo que había ocurrido. Estos no vieron con buenos ojos que acudiera al claro, ya que temían que pudiera convertirse en presa. Pero Kearra se reafirmó en que era feliz allí y sus padres recibieron la noticia con amargura y una suerte de resignación ante algo que parecía no sorprenderles.

La única persona que veía con buenos ojos sus escapadas era su abuela, de quien había heredado su nombre. En las contadas ocasiones que visitó Chistledown, acompañaba a su nieta al claro. Junto a ella observaba las bestias voladoras y le contaba que lo que nos asombra también puede dañarnos, pero que no por eso hay que evitarlo.

Aquellos seres eran una maravilla de la naturaleza y el hecho de que sus poderosas garras pudieran tronchar el cuerpo de cualquier ratón, no era motivo para destruirlos. La vieja Kearra solía decir que el miedo era un aliado excelente: “nos recuerda que hay que tener cuidado y ofrece a la vez la oportunidad de vencer el bloqueo de sentirse presa.” Según ella, esa era la única forma de vivir con el peligro.

Aquellos días, junto a su abuela, la joven Kearra supo vivir sin anticipar y sin ignorar el entorno; simplemente respondiendo a lo que ocurriera tal y como viniera. Aquel claro fue su espacio de entrenamiento y, día a día, fue aumentando el tiempo de exposición al peligro.

Pero sus padres seguían sin ver con buenos ojos sus visitas. Por lo que cuando su abuela regresó a su hogar, la joven Kearra dejó de acudir al claro.

Los años pasaron y Kearra se convirtió en una ratona joven con buenas dotes para la sanación.

Cierto día, un vecino de Chistledown, acudió a su casa poco antes del amanecer. Al parecer, él y otro vecino llamado Fulgan habían ido a primera hora para recolectar gotas de rocío. Al encaramarse sobre una piedra, esta se movió y de abajo surgió la criatura acorazada conocida como escorpión. Entre los dos consiguieron ponerlo en fuga, pero no sin que antes este clavara su mortal aguijón a Fulgan.

Kearra marchó con el vecino hacia el lugar y, a fin de atajar, tomó el camino del claro. Al llegar al espacio abierto, se detuvo por un momento, pero, consciente de la urgencia, lo cruzó sin dudar.

Una vez en el lugar del accidente, administró el antídoto a Fulgan y le recomendó que se quedara en aquel lugar hasta que el cuerpo le permitiera regresar. Durante días estuvo llevándole alimento y curándole.

Cuando finalmente Fulgan se hubo recuperado y pudo acompañarlo a casa, Kearra regresó una vez más al claro y allí se quedó como cuando era niña, absorta en los movimientos gráciles y precisos de aquellos seres magníficos que surcaban los cielos. Allí estaba, oculta como cuando acudía con su abuela, ensimismada, cuando un quejido y un leve golpeteo llegó hasta sus oídos.

Al acercarse vio un ave de plumaje grisáceo y cabeza iridiscente, exhausta, que intentaba en vano ponerse en pie. Emitía un sonido cada vez más débil hasta que, sorprendida al ver a Kearra, ejecutó un último movimiento repentino, antes de desvanecerse por completo.

Con mucho esfuerzo, Kearra llevó aquella criatura hasta el refugio donde había estado cuidando de Fulgan. Allí lo colocó, hecho un ovillo, lo más cómodo que pudo.

Ante tal criatura, poco pudo hacer salvo taparlo con la manta que había utilizado con Fulgan. Se quedó quieta, observando aquel extraño ser llegado de otro medio: su cuerpo emplumado, sus garras duras y escamosas, sus ojos cerrados, situados a ambos lados de la cabeza, sus alas recogidas y el pico liso y recto; hasta que el sueño se apoderó de ella y cayó dormida.

Al día siguiente, cuando los primeros rayos del sol atravesaron los resquicios del refugio con los últimos rescoldos aún humeantes, la criatura comenzó a moverse. De repente, irguió su cabeza iridiscente y miró con uno de sus ojos, negros brillantes, directamente a Kearra. Esta apenas pudo observar cómo la criatura se alzaba y salía de allí evitándola con cuidado.

Cuando Kearra salió, el ave aún estaba esperándola: vital, fuerte, erguida. Tras un último vistazo, emitió un gorgoteo grave y agradable, desplegó sus grandes y coloridas alas y, con un fuerte aleteo, alzó majestuosa el vuelo.

En el suelo, frente a una Kearra aún maravillada, había una sola pluma con los colores extraños que su abuela solía lucir en su túnica.

Al regresar a casa, sus padres estaban esperándole apesadumbrados y, antes de que pudiera decir nada, le avisaron de que su abuela había fallecido a causa de una enfermedad.

Desde aquel día, Kearra empezó a recibir distintos avisos relacionados con aves. Poco a poco, empezó a descubrir cómo eran esas criaturas: su lenguaje, costumbres y necesidades. Y cuanto más las conocía, más le fascinaban.

Una mañana, regresando de una aldea cerca de la que habían avistado unos cuervos, había alguien esperándola junto a sus padres. Se presentó como Rush, llevaba una capa de Guardián con unos juncos bordados en ella. En nombre de su abuela, le dio una llave y se ofreció a acompañarla al lugar que ahora sería su nuevo hogar: “El nido de Alpiste”: una aguja de piedra sobre un vacío lleno de zarzas, al norte de Chistledown, por el que se accedía mediante una única y estrecha pasarela.

Cuando Kearra llegó allí, vio la pequeña cabaña que se alzaba sobre la aguja de piedra, desde donde su abuela había estado trabajando como sanadora de aves. Entonces recordó aquellos días en el claro junto a su abuela, sus enseñanzas y todos los casos que misteriosamente le llegaron tras su fallecimiento.

El Guardián le comentó que su abuela, al igual que él, formaba parte de un grupo llamado Los Salvajes y del que ahora ella, también podría formar parte. Dicho esto, le dio el brazalete que la vieja Kearra llevaba, con la planta que le otorgaba su nombre de Salvaje, bordado.

Aquel año, Kearra acudió por primera vez a El Encuentro como Salvaje, donde conoció a otros e hizo oficial su nacimiento como Alpiste, quien a partir de entonces uniría su vida a las de aquellas bestias que veía de niña surcando el cielo y que le otorgaron algo más que curiosidad: conocimiento, un nuevo punto de vista y, ante todo, un legado.

HOJA DE PERSONAJE

Nombre: Kearra

Nombre de Salvaje: Alpiste

Edad: 40

Hogar: Chistledown

Padres: Beagan y Dalia

Amigo: Fulgan

Enemigo: Sayble

Creencia

Los pájaros son mensajeros: nos muestran aspectos de nosotros mismos y nuestro entorno, hasta entonces desconocidos.

Instinto

Siempre dispuesta a ayudar cuando hay un ave en peligro.

Frases

No hay nada más libre que un pájaro en pleno vuelo. Nada tan frágil. Nada tan fuerte.”

Devolver a otro ser la vida, supone elevarnos a nosotros mismos.”

Equipo

Cuchillo, vendas y compuestos medicinales.

Rasgos

Trabajadora 1, Generosa 1, Compasiva 1, independiente 2.

Aptitudes

Naturaleza: 4, Recursos: 2, Voluntad: 4, Círculos: 5, Salud: 4

Habilidades

Conocimiento 5, Recolectora 3, Boticaria 3, Meteoróloga 2, Superviviente 4, Persuasiva 2, Sanadora 5, Saber (Aves) 2.

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