Tras el crudo invierno, de los restos secos y leñosos de la siempreviva, brotan tallos enhiestos y pequeñas hojas glaucas que ofrendan, con la llegada de la primavera, sus esferas doradas al sol.
Esta planta herbácea de la familia de las asteráceas crece en suelos áridos y rocosos, suele estar cerca del tomillo, resiste bien la sequía, soporta las altas temperaturas y le gusta el sol.
En invierno parece fallecer, convirtiéndose en un amasijo leñoso. Pero, haciendo honor a su nombre, la siempreviva renace con la llegada de la primavera, erigiendo sus tallos tormentosos de hasta 70cm de altura, en forma arbolada, con ese característico tono verde grisáceo cercano al azul que se da en otras plantas de la zona como la Corona de frare y que contrasta de forma increíble con el amarillo intenso de sus “copas” florales formadas por pequeñas semiesferas.
Sus hojas son vellosas, estrechas, lineares, con el borde enrollado, y al frotarlas despiden un olor característico que recuerda al curri.
La época de floración es de abril a julio. Sus flores, de 3 a 4mm, se agrupan en capítulos subesféricos en el extremo superior de los tallos: flosculosas (en forma de tubo) hermafroditas en el centro, filiformes (forma de hilo) femeninas en la periferia. El involucro (la parte inferior pegada a la agrupación floral) está formado por 3-4 filas de brácteas (pequeñas hojas de esa zona) sin vellosidad, superpuestas unas sobre otras y de coloración amarillo anaranjada.
El fruto es un aquenio de entre 0,3 y 0,5mm de color pardo. Las semillas se dispersan a través del viento.
Entre sus usos medicinales la siempreviva destaca como antipirético, contra la bronquitis y otras afecciones respiratorias.
El término Helichrysum proviene del griego helix (enrollado) , crisos (oro).
El epíteto stoechas proviene a su vez del griego (alineado).
Pero es conocida sobretodo por el nombre de siempreviva, sempreviva, perpetua o flor de tot l’any.