Entre coscojas y lentiscos vemos estas estrellas de hojas verde intenso atravesadas por largos tallos, que trepan, se enroscan y agarran a todo cuanto tengan al alcance; iluminadas por el amarillo verdoso de sus flores de abril a julio.
La rubia silvestre se trata de una planta trepadora de la familia de las rubiaceas con la parte basal leñosa y persistente y tallos cuadrangulares de entre 0,3 a 2m de altura, con pelos y aguijones cortos que le permiten adherirse a cualquier superficie.
Crece entre matorrales, pinares, en márgenes, zonas pedregosas y herbazales, en todo tipo de suelos.
Sus hojas, coriáceas, de verde brillante a claro se disponen en verticilos variados (15-60 x 3-20cm) de 4 a 9, simples, sentados, de forma elíptica a linear lanceolada con presencia, en el borde y el nervio central, de los mismos aguijones que aparecen en el tallo.
De abril a junio brotan sus flores, hermafroditas, en cimas axilares de 4 a 100cm similares a panículas. Tienen de 4 a 6 pétalos, soldados en forma de tubo, de 4 a 6 lóbulos de forma triangular a lanceolada y de color amarillo verdoso.
Su fruto es una baya solitaria de 4 a 6mm de color negro que sirve de alimento a los pájaros, por lo que son las aves el principal dispersor de la especie.
El término Rubia, proviene del latín rubeo (enrojecer) y hace referencia a la tintura que se extrae de la raíz.
El epíteto peregrina proviene a su vez del latín peregrinus, -a, -um y significa extranjero, viajero o errante, pudiendo venir de la capacidad de la planta para engancharse al pelo de los animales y la ropa.
En cuanto a sus usos, de la raíz seca se extrae un colorante rubio para tintes y lacas. Además, la planta presenta propiedades contra las afecciones renales y de las vías urinarias. Y, dada su capacidad para arraigar en cualquier tipo de suelo, es una perfecta candidata para la restauración paisajística.