Jordi contreraS

Evoco contextoS

Tierras

Era el mismo sol que lo vio nacer hará ya tres décadas, puede que más: seco, implacable y abrasador.

Bajo él, varias terrazas robadas a la loma: ilusión colectiva que tocó a su fin, víctimas de un territorio hostil en forma de guerreros pintados.

Nada queda ya de las casas, de las gentes ni de los campos; salvo aquellas tierras que el verde leñoso ha reconquistado.

Solo quedó uno.

Uno de esos locos que se quedan cuando la plaga de langostas arrasa, cuando la concesión se agota, cuando el agua no brota y siguen en el territorio a pesar del clima, escaseces, tempestades y tormentas.

Uno de esos que se mantiene con lo que saca y, al comprender el lugar, acaba sacando más de lo que se espera.

Uno de esos que ve en ese sol abrasador: motivo de que todo siga, de que otros no vengan y en el que, entre rocas y monte bajo, reconoce su casa.

Y allí, anclado a la tierra, el sol doró su piel, el viento talló sus facciones silbando entre las rocas, seco y duro: fragmento extraído de la montaña.

Entonces se yergue. Escopeta en mano alza la vista, arisco, hacia todo el que llega; y descansa tranquilo al reconocer, en la lejanía, el saludo de otros que también, hijos del entorno, consideran valioso aquel lugar por lo que es…

y no por lo que podría llegar a ser.

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