Yo estuve allí, en la panza de uno de esos leviatanes. No me pregunten en cuál, da lo mismo.
La mesa es grande, los comensales cuatro y huele a guiso del suroeste y a las bestias de la diligencia.
Estuvimos horas lanzando plomo y recibiéndolo. Truenos y relámpagos, como si se acabara el mundo, pero siempre fuera, al otro lado de la plancha de acero. Adentro solo resonaba lejano el infierno y, por extraño que parezca, el lugar más seguro en toda la contienda estaba en aquellas moles de metal pesado, flotando en medio del agua.
Acompaña con gestos la voz y capta con ambos la atención de sus espectadores.
No vencimos; ni uno ni otro. El ganador aquel día fue el aburrimiento. Ganó por desgaste y por la caducidad del tiempo de vida humana.
Coloca dos trozos de pan, a uno y otro lado y acaba con ambos en boca. Dejando el suspense necesario para masticar.
Se había creado un blindaje infalible, a prueba de todo lo que había por aquel entonces en la guerra…
Fue cuestión de tiempo, poco tiempo, que aparecieran nuevas armas capaces de dejar el hallazgo obsoleto y ponernos de nuevo a perfeccionar armamento para escupir y recibir lo escupido.
Toma tiempo en rellenar un vaso de metal y echar un trago largo.
¿Saben? Creo que por eso, tarde o temprano, siempre hay guerra. La tuvimos con los ingleses, la hicimos con los mexicanos y la sufrimos entre nosotros.
¿Que será lo siguiente? No lo sé.
Quizás esta tierra se nos quede pequeña… Lo mismo necesitamos más: más blindaje, más potencia, más velocidad, más soldados, más fuego… más tierra. Quizás inventemos tanto que debamos aumentar la escala y llegados a ese punto, ¿quién sabe?, lo mismo pegarnos el mundo entero.
Sonríe al hablar y la curva se queda demasiado tiempo en el rostro… en el suyo y en los del resto.
Pero bueno, de momento guardo en el recuerdo la magnífica sensación de abrir la escotilla al terminar la contienda y ver pasmados que, salvo algunas abolladuras, estábamos todos sanos, vivos e intactos.
Fue solo un instante, pero fue magnífico… un punto de calma, la visión de la inutilidad en la guerra, una pausa en el mundo o, como observamos poco después, el ojo del huracán; quizás la calma que precede a la tormenta.
Asi que no importa en cuál de aquellos leviatanes estuve. Creo que en uno y otro ocurrió lo mismo, una oportunidad que quizás no se vio, no se quiso ver por temerla o a lo mejor es que no sabemos quedar en tablas…
Sonrie de nuevo, y acompañan todos el gesto. Recoge judías con un par de trozos de pan, apura el vaso de metal y toma con gracilidad y urgencia una botella antes de perderse en la noche silbando alguna vieja tonadilla de algún que otro frente.