Jordi contreraS

Evoco contextoS

Compañeros

Apoya ambos brazos sobre la silla; vista fija en el horizonte: campo abierto y llano, donde un remolino ocasional mueve la muerte que se ha ido posando durante décadas.

Escupe algo de caldo interno y…

Espera.

Mientras el calor deforma el mundo.

Mientras el espejismo recuerda burlón la ausencia de agua.

Espera. Recoloca el sombrero. Echa un trago de la cantimplora.

Y al final llega: caminante orgulloso, andrajoso, azotado por el sol, peleando duro por mantener la compostura.

Abandonan las manos su silla y se incorpora el cuerpo.

—Buenos días, caballero —dice tocada de ala.

El viajero intenta dejar de entornar los ojos y amaga una sonrisa entre el río de grietas con el que apenas puede hablar.

—Hola. A estas alturas, solo esperaba un ángel.

—Soy lo más parecido que encontrarás por aquí… ¿Agua y montura?

Asiente en respuesta el viajero y acerca la mano hacia la cantimplora, dispuesto a mojarse los labios.

La jinete señala al pinto que descansa atado a un saguaro.

Y allí va, el muerto en vida, echando un trago. Conforme se acerca a la montura, cada paso es más firme; una suerte de soltura se afianza en sus hombros y en el movimiento mecánico de encajar sombrero, abrochar cinto y enfundar el revólver tras un par de vueltas.

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