Los antiguos bardos y trovadores cantaban las gestas de los héroes y tenían todas esas historias en la cabeza preparadas para salir cuando fuera necesario; bien sea porque fuera el relato de lo que estaba ocurriendo en algún lugar cercano, bien para honrar los ancestros de algún noble señor, bien para deleitar a las gentes de un lugar: “¡Contadnos la de…!” Y el cantante entonaba la voz, tañía el laúd y comenzaba la magia.
Pues bien, es difícil retener tantos datos y, pese a que aquellas gentes tendían a ejercitar más la memoria, existían trucos…
Para narrar un hecho, no hay por qué reproducir palabra por palabra el relato que lo forma. El trovador, rapsoda, bardo o escaldo, tenía fragmentos aprendidos en su estructura más básica: banquetes, bodas, justas… cada uno seguía un esquema similar; una vez aprendido este, era fácil reproducirlo con los detalles propios que diferencian un hecho de otro.
Si se conoce el orden de los platos y comensales, los tipos de festejos y su duracion, se puede reproducir en las mentes de los oyentes cualquier banquete, incorporando a esta estructura básica los cambios necesarios: nombrando a los asistentes, a algún antepasado o uno de los platos tipicos de la zona, de forma que los oyentes se encuentren complacidos. Estos cambios pueden ser de mayor o menor magnitud, en función de la necesidad del público. Unas veces, se quiere la estabilidad de la rutina; otras, la explosión incierta de la sorpresa.
En una partida de rol de estilo abierto o “sandboxera“, para entendernos, puede ocurrir algo similar.
A veces los jugadores se sentirán a gusto con la rutina de una posada tranquila, donde poder descansar, lejos de los peligros y atribulaciones que les acechen.
Otras, la necesidad de intriga, misterio y/o acción demandará incertidumbre, y los cambios deberán sucederse justamente para evocar esa sensación. De hecho esa misma rutina se convierte entonces en la herramienta básica a partir de la cual evocar la sorpresa, ya que nada nos sorprende más que un cambio en algo que considerábamos totalmente predecible.
Así pues, Evocador, que tus banquetes sean gustosos, tus justas impetuosas, tus persecuciones trepidantes y tus gestas gloriosas; y que, cuando haga falta, sean otra cosa o todo lo contrario.