Comienza el otoño.
El agua oscurece la tierra, destaca el marrón rojizo de las acículas recién caídas y trae el olor resinoso del pino y de las plantas salvajes, amargas, leñosas y fuertes.
Apenas han caído un par de lluvias y todo cuanto crece por aquí transforma, tras el agoste del verano, esos pocos sorbos en un torrente de renovado vigor.
La esparraguera de monte, fuerza y sencillez, saca blancos y amarillos, reverdece el tomillo, puntean en rojo los frutos del lentisco y surgen los púrpuras de la saullà o corona de fraile.
Comienza el otoño y, mientras todo se cubre de agua, algunos árboles se secan, preparándose para dormir.