De entre las rocas sale, revólver en mano, se planta en medio del camino y hace un único disparo al cielo, con el que detiene la diligencia y capta la atención.
—Buenas tardes, damas y caballeros. ¡Bienvenidos al oeste! Seguro que han venido a vivir experiencias extremas. Pues bien, aquí tienen la primera… Como imagino por sus caras, es la primera vez que les pasa algo así. No se preocupen, les explicaré cómo van las cosas. Si cada uno sigue su papel, tendrán algo interesante que contar a sus nietos.
El conductor de la diligencia levanta las manos y se prepara para seguir así todo el tiempo que haga falta. El resto de viajeros: un hombre menudo de traje verde y bombín, una señora oronda de vestido amplio y un niño un tanto remilgado intentan aún hacerse a la idea de la situación.
—Es muy fácil, no vamos a sobrepasarnos con ninguna dama ni con ningún varón, por mucho que al hombretón del bombín se le iluminen los ojos. Somos gente de mal, pero observantes de las buenas costumbres.
Mi nombre es Bud Gilbert y estos que me acompañan son mi hermano Brad y ese tipo grande de ahí: Big Tom. Pues bien, háganme el favor de dejar en el suelo todo lo no perecedero: joyas, dinero, armas y cualquier otro objeto valioso. La valentía, heroicidad y el pundonor, pueden guardárselas para momentos más adecuados; todo lo que pase aquí quedará entre nosotros y si quieren decir que estuvimos a balazos tres días hasta que al final tuvieron que rendirse, yo, mi leyenda y su propio orgullo se lo agradeceremos.
Si hacen tal y como decimos, podrán continuar su viaje tranquilamente y estar en lugar seguro antes de que llegue la noche. Si no, les dejaremos vagando por este secarral hasta que el agua se les antoje más valiosa que el oro y más de uno acabe probando a chupar un cactus…
Seamos sensatos, no son de aquí. Pueden ver esto como una costumbre para con los nuevos que una vez pasada traerá más buenos recuerdos que otra cosa.
Pero algo ve el tal Bud en el rostro del niño que no le cuadra. Por reflejo amartilla el colt y antes de poder doblar el índice, aloja en su cara una bala de derringer.
Big Tom dispara mientras el hombrecillo del bombín hace lo propio, cruzan las balas y el gran Tom ve cómo se nubla todo mientras la señorona levanta el telón que tiene por falda y cloquea los dos cañones de una escopeta. El segundo de los Gilbert se encoje intentando en vano protegerse y el enjambre de plomo lo manda a bailar con las rocas.
—¿Cómo va la cosa?
La señorona pregunta con ansia, mientras el hombrecillo del bombín rebusca las alforjas de aquellos tipos.
—¡Está todo!
—¡Os lo dije! Los Gilbert no se fían ni de su sombra, llevaban todo el cargamento de la semana. Jajajajaj ¿Quién es el jefe, eh!!! ¿Quién es el maldito jefe!!!! ¡A la próxima volvéis a pensar en no hacerme caso, panda de inútiles!
El bombín resopla mientras cuenta las sacas con el dinero.
—Odio cuando tiene razón.
La señorona asiente apesadumbrada ante las palabras y feliz al ver el botín.
—Ahora no habrá quién lo aguante hasta que nos gastemos todo el dinero…
El niño se acerca dando saltitos hasta el mayor de los Gilbert y deja un as de tréboles encima de su cadáver.
—¿En serio es necesario eso Eddie? Siempre con la misma cantinela…
—Claro que sí, ¿me meto yo con tus trajecitos verdes de señorito? Pues eso, ea. Mientras lo ponga no nos ha de abandonar la suerte.
—Sigo viéndolo una estupidez.
—Y que lo digas, aún recuerdo la vez que no encontramos baraja alguna y tuvimos que cancelar un golpe…
—¡Pues si queréis hacerlo de otra forma, decidlo! Ah no, que ya lo hicisteis, ¿verdad?, y a día de hoy los únicos planes que funcionan son los de este niño. Así que dejaros de estupideces, dejemos las cosas como están y vámonos a algún sitio donde pueda beber algo.
El bombín niega con la cabeza resignado y busca con la mirada el apoyo de la señorona, pero solo encuentra resignación.
—Qué le vamos a hacer, si es que tiene razón el maldito.