Se acaba el 2022 y ando algo perdido. Tengo la sensación de que se me va el año y quedan cosas en el tintero.
Es una sensación pasajera, porque afortunadamente recuerdo pronto que los planes están para tacharlos, cambiarlos, cumplirlos, postergarlos o para eliminarlos cuando ya no tienen sentido.
Una vez aceptas que lo que planeas son unas guías de referencia, unas vías de las que una vez aprendes a descarrilar, eres capaz de viajar a donde quieras y regresar a ellas cuando te dé la gana, entonces puedes centrarte en lo que verdaderamente te interesa.
Ha sido un 2022 de pólvora y muchas balas, de dados y ratones y de plantas y paisajes.
Para este 2023 hay planes que van a transformarse y en los que iré decidiendo sobre la marcha hacia dónde tirar: más velas que anclas. Al final se trata de contar lo que se quiere y crear.
Sigue siendo un placer venirse al estudio y sentarse un rato, tranquilamente, aunque sea los pocos
minutos que pueda rascarle al día; cuando todo está dormido por aquí; sea antes de marchar a dormir o al alba con una taza de café. A veces se olvida.
Ese es el mejor momento, de pausa eterna, cuando toda tu atención se concentra en lo que estás haciendo, cuando realmente se crea y donde tienen lugar algunas de las mejores ideas.
De hecho es desde aquí, el pequeño buró donde suelo escribir, a tecla, tinta y metal, desde donde coloco las últimas letras, con una sola luz y en silencio, deseándote un buen fin de año e inicio del siguiente.
Y si no fuera así, si empezaras con el pie que no toca, ¡qué narices!, quedan 364 para pensar algo.
¡¡¡Feliz 2023!!!