Suena metal de cañones. Destellos en el horizonte oscuro. Una breve pausa, y llega la respuesta del otro lado del frente.
Dos tipos en torno al fuego, tiritando de espaldas, asándose manos y caras. Entre ellos, colgando de unos palos, una olla hierve lo que han conseguido encontrar.
—Se acaba el año.
Rostro ancho, anguloso, ojos cansados y cierta sonrisa de aguante, de mantener el tipo.
—Sí, se acaba y de momento no nos vamos.
Rostro sincero, limpio, con un resquicio bonachón y resignado.
—Pues yo creo que este año será diferente.
—¿Crees que cambiará algo?
—El resto no sé, pero yo sí. Estoy seguro de ello.
Por un momento callan los cañones, se escucha otro sonido, algo más ligero, de voces, brindis y alegría.
Y se oye la noche: el viento en los álamos y la brisa entre las hojas; sin el aroma acre de la pólvora, sin gritos, ni la viscosidad caliente de la sangre.
Amaneció entre rescoldos, acompañado por el retumbar de la artillería y el espoleo agudo de la corneta.
Todos se pusieron en marcha; pero aquel hombre ya no estaba.