Jordi contreraS

Evoco contextoS

Protección

Eran pocos, solo 4. Podrían haber pasado de largo, haber continuado hasta otro lugar… pero buscaban.

Las calles estaban desiertas, ventanas y balcones cerrados y todo en silencio: ese maldito silencio que hace tragar alambre con algo de saliva. Miradas había muchas, mas ningún rostro.

El más alto de ellos, bigote partido en cicatriz, se plantó en medio de la calle. Muchos supieron que, pese a estar el Sol en alto, se acababa el día.

-¡Tom! ¡¡Tom Doolan!! -resonaba la voz entre polvo y tablas- ¡Sal ahora mismo, maldito diablo; o empiezo a descontar gente!

Cientos de cabezas gritaban para sus adentros, “¡Sal Tom!, ¡maldita sea!”; pero Tom no salía.

Desmontaron, ágiles, calmos, fríos y pausados. Posaron botas en polvo, afianzaron sombreros y sacaron armas: tres henrys y un revólver, palanca y tambor, y comenzaron a tocar.

El primer disparo cruzó la calle, aullando en plomo, hasta quebrar una de las ventanas… Nada se escuchó al otro lado.

El segundo proyectil silbó hasta atravesar uno de los balcones del piso superior del saloon. Este si halló respuesta: seco y cavernoso estertor.

-¡Tom Doolan! ¡Tenemos más balas! ¡Sal de una vez o caerán otros!

Nuevamente el silencio: denso, asfixiante, sepulcral…

-¡No disparéis más, maldita sea! ¡Aquí me tenéis!

La figura sale de una de las casas del final y camina hacia el centro de la calle. Amoratado Sol en poniente; densos nubarrones en el este. Camina seguido, pero cada paso pesa, equilibrando sobre el fino filo que separa la vida de la muerte.

Se para, erguido en medio del río de polvo, rodeado de casas cerradas, llenas de gente. Desenfunda amartillando el arma y un plomo enemigo paraliza su índice, obligándole a abrir la mano, dejando el revólver en medio de la calle; solo, frío, inerte.

Los 4 se alejan, al paso.

Y el silencio arrasa.

Se escuchan suspiros, desde el anonimato.

Aquella noche, 6 hombres cenan en el hotel: lujosos platos, elegantes trajes, cubertería fina…

-Bien caballeros, aquí está lo estipulado. -Un sombrero elegante mueve el pago dorado sobre la mesa.- Aunque un poco tarde esta vez…

-Hubo que darle mucho whisky a este para animarle a salir.

Asiente el hombre, mientras observa su oro perdiéndose entre otras zarpas: limpias y finas, con pericia de tahúr.

-Bien, esperemos que esta vez sí sea la última.

-Brindemos por ello, Sr. Doolan: que no venga ninguno más.

Chocan cristales tras el gorgoteo servido y bajan los caldos ardientes por las gargantas mientras uno de ellos abandona la sala. Lleva más parte que el resto, bien cargada la bolsa. Sale del edificio hasta una arboleda, no muy lejos de la población. Allí 4 individuos acogen con gusto el pago, y sonríen al ver que es cierto lo que se cuenta: el filón dorado que brota de la pacífica población de Golden Reins.

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