Alguna vez hemos hablado de los beneficios del rol: todo aquello que se ejercita al jugar y que utilizamos, a veces involuntariamente, en otros aspectos de nuestra vida.
Volveremos a charlar, pero lo cierto es que hoy no quería enumerar sus bondades, sino más bien el proceso por el que se adquieren.
Y es que si algo se interioriza en el rol, es lo que se quiere, libremente, porque el único objetivo es pasar un buen rato.
Se pueden utilizar mecánicas roleras para enseñar/aprender, pero en el rol propiamente dicho se aprende porque uno se divierte. Y es entonces cuando los poros de la mente se abren como nunca, con esa receptividad que solo surge ante lo que nos asombra e interesa.
Al no haber objetivo de aprendizaje, asimilamos aquello que más nos haya sorprendido: algo que permanece.
En un entorno abierto, sin pautas, planes ni expectativas, la mente acoge lo que quiere o necesita, ignorando el resto hasta que, quizás en otro momento, despierte nuestra atención.
Se comprende y asimila porque se juega, y por tanto se ve desde dentro. Puede que al no pedir cuentas de lo aprendido, parezca no haber quedado nada; pero está ahí, latente, medio oculto, casi de una forma instintiva, esperando a que la mente lo necesite; sea para jugar de nuevo o para esgrimirlo en la situación adecuada.
Y si después de todo esto, ves que no has aprendido nada, que no hay cinturón negro de imaginación, creatividad o empatía, que no serás el siguiente Green Lantern u Ozymandias… ni te molestes en preocuparte, porque esto no es para eso. Esto es rol; todo es mero entretenimiento, todo está en movimiento y, como hijos de Heráclito, lo que seas ahora no será lo mismo que al acabar esta misma frase.
Así que echa unos dados, disfruta y quizás el próximo día, cuando hablemos de las bondades de esto, te suene más cercano y tengas algún ejemplo en la manga.