La pantalla es ese conjunto de normas y reglas que, con una habilidad sobrehumana, alguien encaja en un desplegable de cartón de 4 piezas, aunque algunas se desdoblaban más allá de la dimensión del prospecto sin especia ni nada. Y contra todo pronóstico está todo, o casi todo; auténticas obras de ingeniería hasta el punto de que algunas se permitían incluir algún dibujito o símbolo para rellenar… ahí lo llevas.
Ha tenido épocas. Allá por los inicios, un juego sin pantalla estaba como cojo: Piratas!, Aquelarre, Far West, RuneQuest… hasta el Fanhunter tenía una (muy apañada por cierto) del mismo tamaño que el manual y con una tabla para pedir comida a domicilio.
Algunos se quedaron fuera, las excepciones son la sal de la vida, pero la mayoría se subió al carro. Luego fue yendo y viniendo en función del momento y las ganas del personal.
Además de tener las tablas a golpe de ojo, a veces tan bien encastadas que encontrar una en concreto era como buscar a Wally, estos cartones eran el santuario del director de juego, Master o nuestro Evocador: su escudo. Servían para ocultar tiradas, puntos de vida de enemigos indeseables y los siguientes pasos de la aventura. Y aún así, ¿sabes qué? Que a pesar de empezar con ella, siempre acababa navegando a pelo, con los escudos bajados, centrando la atención en ese espacio de la mesa donde se cuece todo.
Porque al final te dabas cuenta de que no era necesario ese pedazo de cartón. Que podías ocultar tiradas con la mano y tapar los apuntes importantes con alguna hoja absurda. En definitiva, que tampoco era tan necesario gastarse ese dinero; algo que tenías clarísimo y volvías a olvidar cuando comprabas manual nuevo y buscabas, esa sí, la pantalla perfecta, porque era distinta, la buena… cosas de roleros…
El caso es que aún las conservo, así que lo mismo en la próxima partida se me cruzan los cables, pongo alerta roja y levanto escudos.
Larga y próspera vida, Evocador, nos vemos en pantalla.