Al bajar del tren se expandió el espacio: del habitáculo del vagón a las paredes de la estación, de estas a la calle de la pequeña Brokenrock y de ahí, dejando atrás las casas, a la inmensidad más absoluta de un horizonte plano e infinito con borrosas formas montañosas a lo lejos, sin duda fuera de todo alcance, pues si existe un fin del mundo se pierde en esa línea recta y extrema donde aquel tipo se sintió más pequeño que nunca y, a la vez, por una suerte de dispersión física y ruptura mental: grande, interminable, ilimitado, inabarcable, extenso, perpetuo y eterno.