Jordi contreraS

Evoco contextoS

La forjA

Forjar un personaje (Pj) siempre es algo especial. Situar números y letras en un papel para dar vida a una idea tiene algo de alquímico.

No me refiero a los pjs que llegan a mesa ya hechos, aunque algunos acaben teniendo un poco de nosotros a fuerza de llevarlos puestos; ni a esos que haces aprisa porque sientes el repicar de dados más fuerte que Boromir la vocación de orfebre.

Me refiero a ese pj que tomas tu tiempo en crearlo, pensando cada paso hasta el punto de que las decisiones ya no las tomas tú ni pones aquello que te interesa; sino que apuntas aquello que pide, lo que susurra: aquello que va con él y «le pega».

A partir de este punto, el pj toma su propia forma.

Entonces empieza a decidir por sí mismo y llega el momento en que actúa de forma distinta o incluso contraria a como tú lo harías o a como pareciera más sensato para sacar provecho del juego.

Ese momento en que toma tu voz, enhorabuena, dejas de jugar a un juego de mesa para jugar a Rol.

Y es curioso cuando miras atrás y ves las actuaciones que tu pj ha llevado a cabo contra todo pronóstico, aun a riesgo de liarla; porque cuando dos se enfrentan a muchos, es momento de invocar la contradicción liberadora de pedir ayuda a los dioses y de paso mandarlos al infierno.

Puede parecer extraño, pero si forjar un Pj es edificante, lo es más aun cuando se juega: porque al recorrer el camino, tomamos un poco de él y ponemos sobre la mesa algo de lo nuestro.

Es por eso que vale la pena las ganas y el tiempo invertidos. Por eso en esas charlas a partida acabada hay una suerte de guiño a otro nivel entre los participantes; un cambio de dimensión, de Bastian a Atreyu, que si bien se ve absurda desde fuera, al igual que ocurre al leer, se comprende en toda su dimensión desde dentro.

Así pues, Evocador, ofrece a tus jugadores al menos una sesión para forjar a sus Ys o Pjs: que les pidan y les ofrezcan, que les admiren y recriminen, celebren y disculpen, hasta que brote esa complicidad cercana que hará que los echen de menos cuando, como al llegar a la última página, falten.

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