Todos los que hemos echado dados nos hemos planteado, en un momento u otro, hacer un juego de rol. ¿Y por qué no?, los hemos hojeado hasta que el manual compacto acabó formado por fascículos. Sabemos cómo van y de qué están hechos; así que no es raro que, tarde o temprano, nos planteemos la cuestión.
Llegados a este punto, algunos consiguen quitarse la locura de encima a tiempo; otros se calzan el bacinete y la adarga y tiran por los eriales secos encabezonados en su empresa.
Normalmente la enfermedad empieza en la mesa de juego, a menudo es el Director, Narrador, Master o Evocador el que se lanza de manera que pueda ambientar las partidas en ese espacio en el que está tan agusto creando; otras, es uno de los jugadores el que ha tenido la revelación. Y suele ocurrir que cuando empieza a tomar forma acaba involucrando a todo el grupo: pruebas, testeos, discusiones acerca de la ambientación, idas de olla, mil y una sugerencias que son adoptadas, desestimadas, invertidas o incluidas de una forma que ya ni siquiera recuerdan a lo que fueron en inicio.
Con estos juegos pasa como con las criaturas de los bestiarios: las hay de mil y una formas, pero todas, incluso las que parecen más insulsas, pueden ofrecer una buena experiencia siempre y cuando sean tratadas con coherencia y respetemos su transfondo, medio y temática.
De juegos los hay concretos, generales, específicos, globales, terroríficos, absurdos, desternillantes. Algunos son simples campañas que crecieron en la mesa de juego hasta cobrar entidad propia. Otros persiguen algún tipo de situación o personajes en concreto, dando lugar a un juego muy específico de partidas rápidas que se puede poner en marcha en cuestión de segundos. Los hay que siguen la tónica de las partidas y son forjados al calor de todas las mentes del grupo de juego. Unos se generan sorprendentemente rápido debido a un buen planteamiento previo, a la eficacia del trabajo o a que se tiene muy claro qué es lo que se quiere. Y otros, como las montañas, se forman con los años, con el material que crece bajo el suelo, alimentado por todo cuanto se ha visto y experimentado, y la erosión de los elementos que respeta lo firme y moldea lo maleable hasta generar su verdadera forma.
Servidor hace mucho que cayó presa de esa enfermedad y lejos de buscar cura, la reproduje en todas las formas que se me pasaron por la mente. Alguna vez te he hablado de Hom-maC, el proyecto que me ha acompañado desde allá en los tiempos de instituto y que me he negado a cerrar hasta hace relativamente poco, solo para darme cuenta de que una vez cerrado, con las bases bien establecidas, es cuando se abren las puertas de otro mundo en el que continuar creando. Pero además, paralelos a este, salieron otros pequeños espacios de situaciones y ambientaciones más concretas, con las que rodar unas risas y colocar algún que otro cartucho de dinamita que removiera la mesa de juego.
Y después llega el paso final: quedarse en casa o lanzarlo a la estratosfera. Muchos utilizan sus proyectos en el ámbito local, otros los sacan del cajón solo para retocarlos una y otra vez sin llegar a forjar historias, y los hay que sobrepasan la atmósfera familiar y los publican… no es que sea el único final adecuado, pero quizás da la idea de haber llegado a los títulos de crédito. Y ahí hay todo un mundo por explorar del que poco o nada puedo decirte, pero del que hablaremos cuando llegue a esa frontera. De momento podemos dejarlo en lanzarnos al espacio nosotros mismos con un tirachinas gordo, utilizar un método mixto a lo Cochrane o llevar el proyecto a la Federación y que ellos lo pongan en marcha. Todos valen, pero las mejores armas, desde un colt45 hasta un cucharón de combate, son siempre aquellas con las que mejor nos desenvolvemos.
Así pues, si te pica el alien, sea creando tu propio juego o esa campaña definitiva, dale de comer después de las doce, sigue las baldosas amarillas, ve a la luz y, sobretodo, si ves que los entresijos se te mueven cuando estás creando, métele más madera, que esta guerra vale la pena.
Saludos, Evocador; efervescente y creativa vida.