Siempre he pensado que el móvil es la navaja suiza del siglo XXI; cabe en nuestro bolsillo y en él tenemos desde una linterna, un identificador de plantas, una cámara o un gps, hasta un lector de ebooks, un procesador de textos, sistema de correo/mensajería, conexión a redes sociales o un videojuego.
Y, como cualquier navaja, depende del uso que resulte de lo más útil o que acabes cortándote; salvo que aquí con el corte no es sangre lo que pierdes, sino tiempo.
Pues bien, suelo redactar a mano. Monto la estructura y cimientos a la vieja usanza: arremangado, a metal sobre papel. Y cuando lo tengo claro, ya acabado del todo o casi, entonces lo paso a pantalla y lo hago a navaja, con el móvil y un teclado inalámbrico plegable que cabe en el bolsillo.
Ese es todo mi equipo; escribo en lo mismo en lo que se suele leer. De móvil a móvil me es fácil hacerme una idea de cómo quedará el texto en el horizonte. Y poco más hace falta. Tengo un portátil: una máquina bien equilibrada para editar ebooks, tocar la web y para otros menesteres que no puedo llevar a cabo con la navaja; aunque debo decir que son pocos, cada vez menos.