Consiguieron la conversión final y transformaron el plomo en oro… Mucho oro.
Eran 6 y cayó el último víctima de la ira incandescente del sheriff y su partida.
Quedaban 5 y otro quedó dividido en dos: mitad colgando de una soga, mitad en las entrañas de los lobos.
Quedaban 4 y murió otro al son de una cascabel.
Quedaban 3 y el tercero cayó enfermo de codicia.
Quedaron 2 y se divorciaron; uno se quedó con la vida y el otro bailó con la muerte.
Finalmente quedó solo el viejo y juró que, con todo lo que le había costado, no pensaba dejarle el maldito oro a nadie.
Y cuentan que se coaguló la obsesión y su cuerpo se cerró, resecando oscuros los redaños, negándose a envejecer y a necesitar agua o alimento.
Y se fusionó con el oro de tal manera que brillaba cuando estaba contento, se apagaba mientras dormía y bufaba al rojo vivo cuando se enfurecía.
Y así seguía, rodeado de bruma, humo y llamas, hasta que al final disparaba su escopeta y llenaba de pepitas las entrañas del pobre desgraciado que se acercase, regando entonces con sangre su morada, y regresaba al fin la calma al obtener su único sustento.