Juntas las yemas del corazón y el pulgar con fuerza, hasta que la carne enrojezca.
Allí, entre piel y piel, existe un hueco que nunca se extingue por completo; una burbuja de aire que se expande con lo más improbable de tu mente.
Cuando lo tengas, aprietas aun más los dedos; y al invocar lo absurdo, comienzas a comprender caminos no oficiales, de formas libres y otras maravillas, en lo cotidiano.
Y sigues apretando, hasta que la rojez palidece ante lo extraño. Entonces, desplazas los dedos de golpe, de la ilusión al sueño que en el chasquido genera, magnífica, la resonancia de realidad.