Balancea una y otra vez el metal y en su caída parte la madera por la mitad, suspendiendo el aroma a albura desnuda y resina en el aire.
Deja a un lado el hacha y alza los brazos por encima de la cabeza. Se estira y respira hondo hasta que el aire entra fresco y despierta los pulmones.
El sol se filtra entre los árboles iluminando la cabaña mientras, un poco más allá, un arroyo rumorea en fresco discurrir de piedras.
Se seca el sudor y da el último tiento a la taza de café: frío y amargo, rebelde en el paladar; hasta que el fondo se posa calmo y echa los posos a la tierra: seca, silvestre y arcillosa. Se da media vuelta y se dispone a continuar.
Colocó los últimos troncos y al observar la leña apilada sintió el calor en los meses fríos, la charla al abrigo del fuego, el olor a comida y la certeza de que en realidad es lo sencillo, lo necesario, la tarea completada por y para uno mismo, lo que te mantiene vivo, trae paz y vigor, y da sentido a la vida..