Jordi contreraS

Evoco contextoS

Arraigo

Hunde la cuchara en el plato humeante y saca un pedazo de carne con algunas hojas cocidas asomándose por la borda. Tras un sonoro sorbo, abandona limpia la boca acompañada de un tenue gruñido placentero.

—¿Está bueno, eh?  —pregunta ella con una sonrisa.

Asiente él por respuesta y contesta con la gratitud del cuerpo entonado.

—Increíble. ¿Cuáles dices que son?

—Las que crecen en la zona de sombra de la montaña, cerca del barranco; son de un verde intenso, anchas y carnosas. Dejando a un lado el toque áspero, recuerdan a las acelgas.

—Pues espero que cojas más…

Apaga la sonrisa, pierde la vista en el caldo denso y brillante y con un resoplido regresa a la conversación.

—¿Sabes?, aún sigo dándole vueltas al indio que encontré el otro día. No era como los demás, había algo diferente en él… Te parecerá una locura pero se me antoja como cercano. A pesar de que gritó al verme, algo me dice que sería fácil entablar una conversación con él… Los otros son diferentes, esquivos, me observan cuando voy al bosque. Por mi parte, intento que se note mi presencia para evitar situaciones incómodas. Saben que solo tengo una bala en el rifle y creo que eso les tranquiliza; aún así guardan las distancias y yo no pienso llevarles la contraria.

—Yo los veo de vez en cuando; sobre todo a ellas cuando recogen las plantas y los frutos. Desde lejos observo los sitios por donde pasan y lo que cogen, para después anotarlo todo. Mira, esta mañana he empezado a dibujar: apenas un detalle del lugar, para poder reconocerlo más adelante.

Saca el cuaderno, lo único que mantuvo de todo lo accesorio que trajo del este. Lo abre con la reverencia de quien valora lo que tiene entre manos y pasa las páginas escritas con letra cada vez más firme acerca de lugares, plantas y recursos; pero también paisajes descritos con cierta poesía utilitaria que descubre en lo común lo bello y valora el espacio que poco a poco va sintiendo como suyo; para culminar en un dibujo a carboncillo de un claro entre árboles donde puede adivinarse el fragmento de un río lo suficientemente detallado como para albergar el frescor, la abundancia y el descanso que hace sentir al errante que, al fin, ha llegado a casa.

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