No era muy conocido.
Los pocos que se tropezaron con él, y siguieron con la costumbre de respirar, juraban que nunca fallaba ni tampoco alardeaba de ello.
Solía decir que fue uno de los primeros en adquirir un revólver, cuando aún Mr. C. empezó a tocar el tambor. Mas, decía, jamás se lo contó a sí mismo, de forma que trataba cada bala como si fuera la única:
la última.