Manojos de ramas grisáceas y finas espigas serpentean bien alto, junto al verdor azulado y reverente de pequeñas hojas alargadas y una colonia de mariposas amarillas que abren sus alas al llegar la primavera.
La albaida es un arbusto ceniciento con ramas erectas poco densas y ligeras de la familia de las fabáceas, que puede llegar a los 120cm de altura.
Se encuentra en lugares soleados, cerca o dentro de pinares. Resiste bien a la sequía y mal las heladas.
Sus hojas son persistentes. Las inferiores unifoliodas, lineares lanceoladas y con peciolo corto. Las superiores trifoliadas y sin peciolo, con el foliolo central mayor que los laterales (5-15mm de anchura).
De febrero a junio brotan sus flores amarillas (4-6,5mm) papilionadas (forma similar a una mariposa), hermafroditas, subsésiles, axilares, con 5 sépalos de aspecto triangular y quilla curvada, en fascículos de 1 a 3 flores agrupadas en espigas laxas de hasta 20cm.
Fructifica en una legumbre de pequeño tamaño (3-4,2mm), ovalada y puntiaguda, que queda encerrada en el cáliz con una sola semilla.
El término Anthyllis proviene del griego Anthyllis, –idos, Anthyllon (planta florida).
El epíteto cytisoides hace referencia a su similitud con el género Cytisus.
En cuanto a su uso, la albaida está especialmente indicada para el asma y los resfriados, aunque hay que tener cuidado debido a su toxicidad.
En Murcia se usa como leña y se utilizan sus ramas para confeccionar los marcos de la cría de los gusanos de seda. Incluso, ocasionalmente, son utilizadas como escoba.
Pero su mayor valor no es otro que el de proteger el suelo de la erosión. Además de mantener la tierra frente al arrastre del agua, destaca su capacidad para acumular materia orgánica, enriqueciendo de esta manera el espacio del que forma parte.