Este arbusto forma parte de esa vegetación que está siempre presente con tonos tan bien encuadrados en el paisaje que hacen monte pero no llaman la atención; hasta que te paras a observar. Entonces es cuando distingues las características hojuelas lanceoladas agrupadas a pares en hileras a lo largo de un eje central, las diminutas flores verdes o rojas que, solo de cerca pueden apreciarse debidamente y los pequeños frutos esféricos, rojos en inicio, que terminan en negro brillante. Y ahí, cara a cara, es cuando llega el aroma fresco y resinoso, latente en toda la planta e intenso en los pequeños frutos, como si alguien hubiera encapsulado el bosque mediterráneo.
Este arbusto perenne, dioico (dividido en ejemplares machos y hembras) de 1 a 5m de altura, puede llegar a convertirse en un árbol de hasta 7 u 8m. Sus ramas son recias, gruesas, de corteza grisácea en las partes veteranas y verdosa o rojiza en el vigor de la juventud.
Crece en zona de matorrales pedregosos y secos, por lo que lo veremos junto al tomillo, coscoja, pino, romero y bufalaga entre otros. Resiste bien la sequía, se adapta a una gran cantidad de suelos pudiendo arraigar hasta en zonas salinas, por lo que no es raro verlo junto al mar y muestra una buena capacidad regenerativa pudiendo rebrotar de la cepa tras haber sufrido ataque de fuego o tala. Su talón de aquiles son las heladas.
Sus hojas son alternas, lampiñas y compuestas por 2-7 pares de hojuelas enfrentados a lo largo del eje central o rabillo. Estas hojuelas de forma lanceolada presentan un verde brillante, más oscuro en el haz, y terminan en una punta no espinada.
Florece de marzo a mayo en inflorescencias agrupadas. Las flores son pequeñas verdosas o rojizas; las masculinas con 5 estambres, las femeninas con estilo trífido (abierto en tres partes).
Su fruto tiene forma de drupa de color rojizo, se torna negro al madurar. Mide unos 4mm de diámetro y es apreciado como alimento por los pájaros, lo que ayuda a su dispersión. A veces presentan deformaciones globosas en forma de agallas, debido a la reacción defensiva de la planta contra la picadura del pulgón Aploneura lentisci.
Su nombre proviene del griego pistake (nuez) o del persa pistah (el nombre del pistacho). El término de lentiscus proviene de su nombre popular lentisco.
En cuanto a sus usos, destaca la utilización de su resina, de olor suave, perfumado y sabor ligeramente amargo, que ya en la Grecia clásica se utilizaba para elaborar una goma de mascar para aliviar la halitosis y fortalecer dientes y encías. Y que también, con el nombre de almáciga, se utiliza para la elaboración de cementos bucodentales y barnices.
Con el aceite de sus frutos se obtiene el aceite de lentisquina para alumbrado y consumo humano y animal.
Históricamente se ha utilizado para el tratamiento de la hipertensión. Y desde el siglo XIII para el tratamiento de molestias estomacales. Asimismo se le atribuyen propiedades cicatrizantes, antidiarreicas, anticatarrales, de alivio de problemas pulmonares, gota, reumatismo, picaduras de insectos y utilizado también como anestésico para los dolores de muelas.
Su aroma áspero pero no desagradable ha hecho que se utilice para aromatizar bebidas, como es el caso del licor griego “ouzo”. Y en algunas comarcas levantinas se aromatiza el agua con sus hojas por atribuirle la capacidad de avivar el apetito.
Su madera es valorada para la ebanistería y su combustión lenta y vivaz la convierte en candidata perfecta para hacer carbón. Y, como suele ocurrir cuando nos acercamos a algo solo con el criterio de provecho o utilidad, estos usos, por abuso, han hecho que la planta sufra una importante regresión y casi haya acabado con la presencia de los ejemplares arbóreos.