
El Rol es cambiante, volátil y se maneja en lo más caprichoso del cálculo numérico: la probabilidad y el azar. Por lo tanto, el Rol no puede ser perfecto. Pensar lo contrario es como abrir las manos y pretender que los dados se queden dentro.
Si partimos de ahí, si lo aceptamos, entonces el rol presenta sus infinitas posibilidades, ya que no está atado a nada.
Una sesión se forja entre todos los participantes: el Evocador o Director Juego y los jugadores. Y aunque el primero expone más, las decisiones del resto son las que incorporan cambios y generan en conjunto la historia.
Cuanto más cerrada es la trama, menos se tiene en cuenta al resto. Es pues, vital darle la vuelta. Que eso se vea en las partidas, que haya discusión y acuerdo. Que la creación sea cosa de todos; sin jugadores no hay partida, así que priman estos sobre ella. Solo así valoraremos esa hoguera que construimos sobre la mesa y que se extingue al acabar la sesión, quedando sus cenizas en el recuerdo. Esto es así: más vale lo temático que lo matemático, ya que cuando todo cuadra, sale impar.
Mantener el control sobre algo tan etéreo no es que cueste; es que no tiene sentido. Justamente ese es el motor de creación.
Así pues… ¡Creemos, Evocador!, ¡salga bien o salga mal!, y pidamos únicamente que lo que brote sobre la mesa, sea nuestro.