Al principio tronaban solitarios y crujían colosales hasta estamparse con el suelo; Titanes caídos tras la batalla final. Sus ramas cubrían el suelo como cabelleras plateadas. Había algo solemne en aquellos cuerpos gigantescos sobre la tierra.
A ellos acudíamos para construir nuestros hogares, para obtener calor y sustento. Hasta el más ínfimo de sus cabellos servía para animar la lumbre: alimento en verano, abrigo en invierno. De tal suerte que no estaríamos aquí sin ellos e, inconscientemente, seguimos el camino de los salvajes hasta casi sacralizarlos.
Tiempo después, llegaron otros, muchos que servían a otros, y muchos más titanes cayeron a uno y otro lado. Hasta el punto de que ya no se escuchaba el bronco tronar ni temblaba el suelo, ni veíamos cabelleras plateadas ni honrábamos su memoria. No porque no hubiera respeto, sino porque ya no había tiempo.
Y fue esa ausencia la que rompió el vinculo; cuando aquellos seres casi míticos pasaron a ser meros troncos.